Algo gordos
UNA PERSONA, una bendita persona de hondas y eternas creencias y de ejemplar observancia de ellas, me hacía ver un aspecto que personalmente le viene confundiendo un tanto al contemplar al colegio cardenalicio en pleno, cosa que viene haciendo desde hace veinte días en cada telediario, así que les tiene bien cubicados. Esta persona es respetuosísima y reverenciosa con sus jerarquías eclesiásticas, las ama, cree en ellas y acata convencidamente su verbo. A todos ellos les supone rectos, con magisterio y, si no santos, sí en el camino de la santidad, pues de otro modo Dios no les habría permitido acceder a tan alta dignidad. De esto no hay quien la apee. Pero fíjate, me decía, una buena mayoría de los cardenales de ahora están algo gordos, bueno, gordos, qué lástima, ay Jesús, será la alimentación, ¿verdad?, o será tanta túnica y capisayo que les abulta la estampa, quizá, pero no, se les ve gordos; y los pocos flacos que asoman es por tener cara de haberle echado un duelo al cáncer. Antes había más cardenales enjutos y derechos como velas, pero hoy son hijos de una sociedad obesa que come más de lo que necesita, benditos sean, serán los tiempos, estos tiempos... A esta persona que digo le entristeció esa cierta orondez de abad que domina en el cardenalato y que puede delatar cierta vida regalada o, al menos, poca ascesis o abstinencia, pero este paisaje de lo adiposo no enturbia ni menoscaba su fe, porque sabe que Dios escribe con renglones torcidos... o también gordos como fudres... y le sale la cuenta. Concluímos el café. Esta bendita persona se fue. El dueño encendió la tele del establecimiento. Lógicamente salió Ratzinger. Y el dueño se puso a pontificar. ¿Papa negro decían las profecías? Pues ahí lo tienes. El día de su proclamación enseñaba bajo el atuendo su ropa personal negra, un jersey para abrigarse. Los que han pasado una guerra o vivido en un seminario saben lo que es el frío y bien se cuidan de él. Pero no hay Papa negro. Y ya sólo queda uno según san Malaquías. Tendrán que esperar a un mejor reparto de rangos en la corte y gloria celestial, donde a fe cierta, mira por donde, se cambiarán las tornas para que se cumpla la promesa de «los últimos serán los primeros» y allí los papas vendrán siendo negros; y los blancos, a esperar. Justicia llaman a eso, justicia divina.