Diario de León

De León al Everest | Diario de una aventura

«He sufrido mi primer susto»

El montañero leonés es socorrido por unos sherpas tras quedar colgado sobre una grieta tapada por la nieve: «me servirá de escarmiento para no correr tanto»

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León

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El 23 de abril decido subir de nuevo al campo I, a pesar de que nieva. Los otros españoles esperan un día más. Sólo empleo 3.30 horas, la mitad que la otra vez. Noto de veras la aclimatación. Derrito nieve para prepararme cinco litros de agua para cocinar e hidratarme. Es muy importante beber un mínimo de cinco litros al día, si no tendría serios problemas de aclimatación (en alturas mayores tendría al 100 % congelaciones). Así que a beber y beber. Ha empezado a nevar. Son las seis de la tarde, me meto en el saco y hasta la mañana siguiente. Me levanto a las siete de la mañana en un frío y ventoso día; por la noche, se alcanzaron 24 grados bajo cero. La misma rutina: derretir nieve, hidratarme, vestirme... parecen tareas fáciles, pero a esta altura y con el frío todo se ralentiza. Al cabo de un rato ya estoy sorteando grietas, encaramado a muros de hielo, atravieso frágiles puentes de escaleras de aluminio, hasta girar al gran recodo, donde contemplo la visión más espectacular de mi vida. A mitad del Valle del Silencio, se vislumbra en toda su magnitud la gran pirámide negra del Everest a la izquierda; en el centro, el gran murallón del Lhotse, la cuarta montaña más alta del mundo, y en la parte derecha las espectaculares paredes del Nupse. Soy un pequeño punto en mitad de estas soberbias paredes. Sin duda alguna no existe otro lugar de estas proporciones en el mundo. También observo la cascada de seracs (hielo azul colgante) que se desprende directamente desde el Lhotse. Continúo la ascensión, hasta llegar a un plató en ligero ascenso, que termina en una morrena de piedras y hielo. Aquí, a 6.500 metros, instalé el campo II. Es un lugar cómodo pues está protegido por el propio Everest, y no hay peligro de avalanchas. He llegado también nevando, así que sin dudarlo me meto en la tienda a prepararme agua y cenar. Me espera otro duro día. El 25 de abril me levanto muy pronto pues pretendo hacer un depósito a 7.000 m. Pronto alcanzamos la pared vertical del Lhotse donde empiezan unas empinadas pendientes de hasta 60 grados equipadas con cuerdas fijas, que hay que escalar para alcanzar el campo III. Yo asciendo la mitad, pues sólo llevo once días en el campo base y mi aclimatación todavía no es la apropiada. Mi sherpa alcanza el lugar del campo III, y esconde la tienda y demás enseres en la nieve, para protegerlos del fuerte viento reinante. En cinco días subiré a instalarlo definitivamente y abastecerlo. Es momento de descender y quiero llegar al campo base. Por delante tengo 1.800 metros. Desciendo muy deprisa, siempre se me ha dado bien lo de bajar deprisa, y en poco tiempo estoy de nuevo en el campo II. De regreso al campo I, tengo un pequeño percance. La noche anterior nevó mucho y tapó muchas grietas. Para avanzar más deprisa no utilicé de seguro mucha de la cuerda fija que está instalada; de repente me cuelo en una grieta y me quedo colgando de las axilas, en un gigantesco agujero del que no se veía el fondo. Unos sherpas se percatan de lo sucedido y me ayudan a salir de tan comprometida situación. Esto me servirá de escarmiento para no correr tanto y asegurarme en todas las cuerdas, después del susto mayúsculo pasado. Hoy mis recuerdos son para Ganesh, Sures, Mila y Mosli.

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