EL AULLIDO
Feria del libro de León
SÉ QUE LES va a sonar raro pero ayer noche me acosté en mi cama y esta mañana me he levantado con una rubia peligrosa en un motel Las Vegas. La experiencia ha sido tan satisfactoria que les recomiendo a todos ustedes, ahora que estamos en plena Feria del Libro, que lean novelas antes de dormir. Podría seguir contándoles lo de mi desconcierto matinal, y describirles el corte de digestión que me produjo, tras la euforia de despertarme en tan grata compañía, saber que aquella rubia desconocida y yo nos habíamos casado la noche anterior, ella disfrazada de Elvis y yo vestido de Marilyn; pero prefiero hablarles en general de las historias, de las novelas, de cómo la ficción nos enriquece la vida, o nos la explica, o nos la amplía o, cuando menos, nos libra por unas horas de ella. Leemos novelas para observar el mundo desde fuera, para ser otras personas, para habitar otros lugares, para vivir otras cosas, para no sentirnos solos o para comernos indirectamente una rosca. Lo hacemos tratando de superar la rutina, eliminando de nuestra biografía la parte predecible, y también quizá queriendo indagar sobre el sentido de la existencia, o para aliviar un poco la confusión en la que estamos inmersos, sí, para aprender de la Historia y de la historia, de lo otro y del otro. Leemos y completamos la vida, rellenamos sus huecos, e incluso probamos la libertad de quien ni siquiera está sujeto a lo real. Lo hacemos y así vivimos de otra forma; vivimos dos veces. Oh, leemos novelas y somos espías del gobierno, bohemios en lo oscuro, piratas en los mares del sur, aventureros en la jungla de Samoa, rubias en los cabarets, magas, amazonas, sufragistas pioneras, druidas, e incluso heroínas confinadas en torres y cortejadas por científicos locos. Sí, leemos novelas de detectives con la oscura curiosidad de quien nunca ha matado a nadie. O novelas de amores sencillos que parecen verdad. Nuestros sueños se cumplen porque al leer sabemos soñar mejor. Las desgracias nos hacen, no más vulnerables sino más humanos, porque al leer hemos aprendido que el infortunio, lo parezca o no, es general. Puesto que nos nutrimos de palabras tenemos más herramientas para enfrentarnos al día a día; puesto que estamos atentos a diferentes formas de ver la vida y a diferentes discursos, somos más tolerantes o menos ensimismados. Alguien dijo una vez eso de «la imaginación al poder» pero tal vez ahora hubiera dicho que quien tiene imaginación, tiene poder. Por eso siempre es buen momento para hacer un elogio entusiasta de la lectura, para esparcir la antorcha, pasar la pipa opiácea u organizar un congreso de rubias que pretenden ser Marilyn. Siempre hace falta la Feria del Libro como siempre apetece un arco iris, o una puesta de sol en una playa solitaria, o una luna llena encima de un volcán, o una noche memorable y sórdida en Las Vegas. En plena era de la cultura de la televisión e internet, tienen lugar todavía extravagancias como la Feria del Libro. En pleno apogeo de las cacicadas democráticas -¿si la secretaria de un concejal puede llegar a gerente de un auditorio por qué Groucho Marx no va a ser Presidente?- siguen existiendo aún revoluciones como la Feria del Libro. Por eso qué bueno poder escribir en este espacio sobre el libro como fetiche, como puente hacia nuestros semejantes, como certificado contra la soledad. Dicen que un libro es un amigo pero yo siempre he pensado que, más bien, un libro te ayuda a hacer buenos amigos. Oh, leer como terapia, como distracción, como ejercicio formativo, como método de sexualidad alternativa. Leer como alimento, como medio de transporte, como desestupidización drástica. Sí, cobijo contra la tormenta. Quien sabe, a lo mejor esta noche abren un libro y entran en él, y viven durante un tiempo tan intensamente allí que les va a molestar despertarse en su cama de siempre, en su mundo de siempre, en si mismos. En la Plaza de las palomas está la Feria del Libro: pasen y lean.