LITURGIA DOMINICAL
Autonomía y mandamientos
HACE diez años, el Papa Juan Pablo II publicaba la encíclica Evangelium vitae sobre el valor de la vida humana. En ella recuerda una contradicción habitual que hoy podemos descubrir en la apelación a la autonomía y la libertad personal: - Por un l ado, los individuos reivindican para sí la autonomía moral más completa y piden que el Estado no asuma ni imponga a las personas ninguna concepción ética, dejándoles toda la libertad, con tal de que no impidan el ejercicio de la libertad ajena. - Por otro lado, muchos piensan que hay que prescindir de las propias convicciones y de la propia autonomía para seguir como único criterio moral lo establecido por la ley. La persona abdica de su conciencia y delega su responsabilidad en la ley civil (EV 69). Las dos actitudes se están haciendo evidentes en nuestra sociedad, como hemos podido observar en los días pasados. Ideas y palabrería Las dos actitudes denotan una falta de formación ética, que se manifiesta en negar los valores objetivos. Y, desde un punto de vista creyente, revelan el rechazo de los mandamientos de Dios, que son anteriores a nuestra decisión y a las leyes del Estado. El cristiano sabe, además, que los mandamientos de Dios se han revelado definitivamente en los mandamientos de Jesús, es decir, en su estilo de vida. Durante el discurso de la última cena dice Jesús: «El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él» (Jn 14,21). El amor implica una comunidad de vida. Quien ama procura ajustar sus deseos y sus gustos a los de la persona amada. Nuestra fe se traduce necesariamente en amor y nuestro amor se evidencia en el cumplimiento de los mandamientos. De lo contrario, la fe se queda en ideas desnudas y el amor en palabrería. ¡Obras son amores! Fidelidad y testimonio «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos». No podemos olvidar esa frase de Jesús. Es el acorde con el que se abre el texto evangélico que hoy se proclama en la liturgia. En estas vísperas de la fiesta de la Ascensión suena a testamento y profecía. Y evoca una vocación que no podemos traicionar. - «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos». Esas palabras valen para cada uno de los cristianos. La sinceridad de nuestra fe se manifiesta en nuestra voluntad de llevar a la práctica los mandamientos de Jesús. No podemos traicionarle sin traicionar nuestra fe. - «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos». Y esas palabras se dirigen también a toda la Iglesia. La comunidad cristiana no puede inventarse a cada momento el camino cristiano. No puede acomodarlo a sus gustos e intereses. Pero tampoco puede abandonarlo a instancias de los gobernantes de este mundo o los creadores de opinión. - Señor Jesús, tú conoces nuestra fe. Envíanos tu Espíritu para que nos haga mejores creyentes. Y para que garantice nuestra fidelidad a tus mandamientos, de modo que demos testimonio de tu amor. Amén.