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ESTAMOS preñaos y va a parir España porque todo el país estaba embarazado y en un sin vivir por la tardona preñez de la princesa. Qué alivio. Al carajo las conjeturas. Ya está aquí. Ahora ya nadie dirá que anda flaca de melancolías y de pesos de corona, que todavía no se la han dado, porque es diadema lo que lleva. Letizia es hoy albricia. Los programas de teta grande y braga corta están botando de contento y brotando de turra en turra; andaban en sequía de pedorros y ahora nos untarán con monográficos y repasos y encuadres desde este lado y del otro y quinielas con el nombre probable, que no va a ser nombre, sino quiniela interminable, de trece resultados al menos. La ristra de nombres que les caen a los infantes es una lista entera de reyes godos. Apuesto un doblón a que en esa letanía nominal típica de la realeza le caerá al engendrado un Pelayo al menos, si ye paisanu, o una Covadonga, si ye varona la cosa; y digo varona, en masculino hereditario, porque cuando toque correr escalafón en el trono ya podrá reinar la rapaza porque se habrá cambiado al respecto el tufo sálico que impregna la legislación vigente. La noticia, por muchas albricias y chismorreo que trae en la solapa para que el marujeo nacional se siga empreñando, no ha podido desempañar el velo de lágrima que nos aturde aún el recuerdo de un Tino Gatagán que se ha ido joven y entero de genio y trazo. Tino era uno de los dibujantes más singulares e inconfundibles de entre todos los ilustradores españoles, pero al mérito artístico y sobrado que desplegaba ha de añadirse una característica cada vez más rara de encontrar en la caldera donde los artistas hierven; Tino era un monumento de humanidad, colega de todos, de cordialidad y de buena templanza en situaciones de crispar. Su pipa, su sonrisa perpetua, su líquida mirada azul han declinado y esa es mucha orfandad en la que nos deja. Tino era de esa gente que saludaba de lejos con risa franca y eran sus ojos los que primero decían hola, cómo me alegro de verte. Inimitable en su dibujo y en su estilo, Gatagán tenía en la cabeza los vientos atlánticos que llegan a su Bierzo tras haber cosechado locura soñada e ingenio fértil. Se ha ido. La noticia se me brindó con otra: a Petrarski le nació en ese mismo día una guaja, que por deseada es aún más celebrada. Es la vida. Las dos caras de la vida.

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