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CRÉMER CONTRA CRÉMER

Un día como los demás

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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TODOS LOS DÍAS DEL AÑO son importantes. Depende de quién los utilice, que de ello sucederá la circunstancia de cada uno. De modo que cada ciudadano del mundo guardará en su agenda esa fecha singular que reputa como la más importante de cuantas se suceden. Para unos el día más sobresaliente del taco de días que componen el año, será aquel en el cual le fue imposible enamorarse y percibir el eco de su sentimiento en otro corazón volante que acaso, como al pájaro pinto de la esperanza, nos está esperando. Para otros, la fecha principal de su agenda puede ser cuando nos fuera dado escuchar el primer llanto del hijo o cuando recogimos el último aliento de aquella madre desvelada a cuya sombra vivimos. Quizá pudiera asegurarse que así como no hay sábado sin sol ni doncella sin amor, tampoco existe un día sin un signo, una señal, una huella que sirva para llenar los huecos de la memoria. Porque recordar es necesario y cuando el recuerdo se borra o se pierde, hemos de dar por bien muerto todo el sistema de la sangre. Se dice que un pueblo sin memoria es un pueblo muerto y tal vez sea verdad, pero de lo que no nos cabe duda es que un hombre sin memoria es un ser para la muerte. El día primero de Mayo de todos los años es importante por tantísimas razones que, así que cuando asomó a nuestro balcón, teníamos la convicción de que algo nuevo podía sucedernos. Y seguros de que cada primero de mayo es, lo que quiera o no el destino previsto, una fecha imborrable, nos entregamos en su momento a su consideración, a su análisis y a su conmemoración. Porque ese día resulta que el hombre lo consagra a la madre y al enfermo y al trabajo y a todos cuantos siguen ganándose el trozo de vida con el que cuentan con el sudor de su frente. Se convierte pues, por la traumaturgia de la historia, en tiempo para reivindicar el derecho del hombre a ser considerado como ser humano; el derecho a la rebeldía; al derecho a la exigencia de sus derechos. Y nada de cuanto se barajó en ese día, fue utópico, así lo parezca a quienes están convencidos de que el mundo es bueno... todavía. Con el tiempo y el desgaste de los pulsos del hombre, con voz y sin voz, estas reivindicaciones que para las gentes del trabajo constituían una doctrina, se han ido desvaneciendo, hasta quedar reducidas solamente a una mención meramente informativa o comercial. Y yo no digo que esto no sea bueno o que sea malo, sino que no es lo mismo; no por lo que afecta a la conmemoración en sí sino por lo que significa como instrumento para medir el temple de protesta del hombre humillado. En aquellos otros tiempos de los apóstoles, el día de la madre y el del enfermo y el del trabajo se convertían en una fecha de obligado cumplimiento, pero sin levantar el grito, sin manifestarse a la sombra de banderas de color vibrante, ya sin esperanza. Y el caso es que el día del trabajo, todavía no es una fiesta. En ese día que tantas cosas acogió, nos complacería que el hombre, como dejó escrito el pensador, dejara el hombre de ser lobo para el hombre y que se consiguiera disimular al menos los instintos que nos empujan a la confrontación; y que en esta tierra nuestra se limitaran las ambiciones a lo estrictamente necesario, antes de que haya de aplicarse aquello de José Bergamín, cuando decía: «Pasar y suceder son diferente cosa. En España, donde no pasa o no pasaba nada nunca, sucede siempre todo».

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