Diario de León

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LOS CEREMONIALES de fasto y apabulle que desparramaron en el último tránsito papal se quedaron en cagadita de golondrina comparados con el cagarrón de buey que vimos en la plaza Roja de Moscú para conmemorar el aniversario de la paz que ¿sobrevino? al concluir la segunda Guerra Gorda. Ahí estaba el César. Y muchos césares. Se desplegó la magnitud militar con toda su maquinaria escénica. Moscú mostró los verdaderos dogmas de una potencia, esto es, misiles de tamaño descomunal que llevan inscritas en su ojiva las intrucciones pertinentes para ser intruducidos con alegría y sin grasa por el culo del enemigo. Siempre el enemigo. Es la paz y su fiesta. ¿Paz? Manda cañones. Las tribunas y las aceras aplaudían y admiraban la geométrica pulcritud de los batallones que desfilaban triturando el asfalto a taconazos de paso de oca, curiosamente el mismo de las tropas nazis, estética soviética, obscena marcialidad, insultante desproporción, disciplina y totalitarismo estético, ahí estaba la patria que nació soviética a bayoneta calada y concluye en satélites que guían las bombas. Aplaudía hasta Sonsoles y la cámara la pilló señalando al de al lado sus palmas recalentadas o escocidas de tanta ovación entusiasta. Podría haberse quedado sentada en un gesto de coherencia ante esta desvergonzada forma de celebrar la paz que consiste en exhibir el poderío mortal de un armamento que es en sí mismo otra amenaza, un aviso de que otra guerra es aún no sólo técnicamente posible, sino probable. ¿Será por armas? Ese juramento que todos expresan en huecograbado estos días, ese «nunca más otra guerra», lo conmemoran sacando a la calle todo el aparato, su gran polla con cabeza nuclear, su derrame cerebral. Estupendo. Aplaudamos. Copiemos. Viva el desfile y la madre muerte que lo parió. Los ejércitos se piden para sí el protagonismo, pero fueron civiles reenganchados o reculatos a punta de pistola quienes dejaron vida o pellejo en el campo de batalla; y en su casa, a una viuda y a unos hijos royendo la estaca de la miseria y de la venganza. Ese es el ejército ruso que entró en Berlín violando a más de quince mil alemanas. Todavía no han pedido perdón por ello. Es más: toda esa bochornosa exhibición es un decir «les dimos su merecido». Papes y Sonsoles aplaudían. Estoy conmovido.

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