Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

El libro y sus días contados

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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EN ESTA CIUDAD NUESTRA donde tantísimos errores suelen tener su asiento, se ha venido celebrando con reconocido éxito, la llamada Fiesta del Libro o Día de Cervantes. Escritores, poetas, libreros y demás gente heroica se dieron cita al costado histórico de la Casa de la Poridad, que se llamaba al edificio municipal tradicional, para exhibir, proponer, analizar y descubrir lo que el Libro tiene de importancia para la vida de los pueblos, incluso este nuestro de tan corta lectura. Y hay que insistir, el éxito ha sido tan absoluto que la gente común no acaba de creerse que en España se lee y que en León, también es España, dígase lo que se quiera en Villalar de los Comuneros, también se lea. No tanto como sería necesario para erigirse como referencia intelectual para todos los demás pueblos de la Península, pero sí lo suficiente para que todavía podamos exhibir una condición no exenta de gloriosa afición a la lectura. Que, por cierto -y permítasenos que lo digamos en voz baja- no es la del Quijote a trozos, a minutos contados o a páginas marcadas, porque el Quijote, que es un libro como todos a estas alturas ya sabemos, es una obra que no se puede entender ni gozar en plenitud si no es leyéndola en su totalidad, sin tregua, sin perezas mentales. Suponer que mediante esta fórmula, dictada por no se sabe qué genial inductor al disparate, mediante el cual el lector nombrado o abonado va a conseguir abarcar la doctrina, la intencionalidad y la belleza del libro, se va a adquirir con todo merecimiento el título de buen lector de Miguel de Cervantes y Saavedra, es un puro disparate. Cuando el que suscribe acudía a la Escuela que regían profesores bien emeritados, como Pinto o Fanjul, nos imponían la lectura del Quijote, porque entendían estos maestros que por esa senda llegaríamos a ser hombres de saber y de provecho. Y a cada discípulo se le imponía la lectura de media página del libro. El resultado fue que de aquel centenar o millar de lectores forzosos ni uno solo llegó a leer el Quijote en el resto de su vida. ¿No sucederá lo mismo en esta nueva prueba? Porque salvo un grupillo excepcional y curioso no era frecuente, no lo es, comprobar que el Libro por excelencia cuenta ya con lectores suficientes como para adjudicar a León, por ejemplo, el título de excelente para la lectura. Y no es eso, no es eso, que diría Ortega, que si había leído el Quijote. Para alcanzar los entresijos de esta historia sin par, hay que desperezarse, dejarse de ejercicios brillantes y de iniciativas para satisfacción de profesionales oficiales de la Cultura y leer y comentar la lectura total. Ténganse estas palabras como sincero homenaje al Libro y a sus benéficos tuteladores y nunca como una muestra de recelo, porque lo que el libro no admite, sea El Quijote o La Pícara Justina, es la lectura a plazos, por tiempo limitado, cuando el libro siempre exige, amor constante. El Quijote, hijo mío, le decía el buen padre, es un libro de ideas y las ideas se hacen con tiempo y atención. Se ha venido hablando durante todos estos días, en casi todo el mundo del Quijote y sus variantes. Sin embargo he tenido observando que ninguno ha parado mientes en la existencia de una versión del Quijote profundamente real y por tanto verdadera: Aquella que escribiera Lunacharsky, Ministro de Cultura en la Rusia soviética titulado significantemente «El Quijote libertado», cuando es precisamente el famoso caballero manchego el que requiere una inmediata liberación contra el tópico, contra las lecturas de urgencia.

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