Diario de León

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PERRO sin bautizo; eso es lo que fue. Le nacieron para bregar. Es el peonaje del rebaño. Si el mastín es camarlengo de curia pastoril con honores y boatos, el carea -o «de aqueda», tornador- es el humilde jornalero a quien se paga con pan y palo, replicando con fidelidad y entrega paradójicas. En Astorga, anteayer, comenzó a repararse una injusticia secular a quien ciertamente se carga toda la faena pastoril, perro que, por no bautizado, llaman moro, morín, fosco o, simplemente, «¡chito!, fuera!» con amago de patada. Astorga fue escenario de la primera concentración de estos careas que mantienen al rebaño en su careo impidiendo que entren al vedado, al fruto, a la mies. Félix García, Victor Casas y Chus Domínguez, entre otros, le han hecho un retrato en video que es un excepcional documental para inaugurar la dignidad debida a esta estirpe que llevará apellido leonés, pues aquí se ha ahormado en gran medida. Se le adeuda desagravio y honra. Hace tiempo hice un retrato a este can pispo. Viene al caso; «Carea, ley, afán y lealtad». Aquí lo suelto. No haya cuidado; no muerde: «Su norma son los ojos y el silbido del pastor. Su afán es el rebaño manteniéndole en su careo o marcándole la vereda. Su lealtad no tiene frontera de pena o cansancios. Su estampa es quintaesencia menuda de listura canina. Este es todo un señor perro, pura brega, azote de modorras y pescador de descarriadas. Este es el gran carea... Mancha su manto con pelaje de capricho, aclara sus ojos con cristales de viva atención y en el canchal de piedras escachadas nunca equivoca el guijarro que lanzó el pastor... Va y viene. Sube y baja. Nunca para. Cinco pasos de zagal son mil metros para él. Corre y arrea. Nunca pierde el hilo de la mirada ni el cadril de la oveja que pretende el sembrado. Y donde el ojo no llega allí está afilando los sentidos su oreja, radar que se aguza, mueca viva, sentido de alerta... Carea careando, vigila reuniendo y burla a la noche cerrando sólo un ojo. ¡Cuánta faena le cae al carea! Toda la jornada es suya, todo el rebaño es para él. Hace del trabajo fiesta entregada, la pasión por lo suyo no le fatiga. Parece hecho de hebra retorcida. Y cuando muere, el viejo pastor hace con su pellejo badana, zurrona, una mullida para aliviar el yugo o una «melena» para que siga viendo y viviendo los caminos desde la testa de un buey».

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