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Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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CONFIESO POR adelantado mis ignorancias, quizá al contrario de lo que suelen hacer nuestros hombres más públicos. No entiendo nada del fenómeno social que significa o puede significar «internet», ni estoy ansioso por entrar en uno de sus portales o habitáculos para ser conocido y deshonrado por todo el mundo... Tampoco he conseguido manejar para mis trabajos el famoso «ordenador», que es como una Olivetti pero en moderno... No sé transmitir nada por fax que me parece un modo como otro cualquiera de ejercer el descanso funcionarial. Y por no abrumar quiero proclamar que prácticamente soy, incluso con voluntad de seguir siéndolo hasta el fin de mis días y de mis noches, un dejado de la mano de Dios, que decía mi abuela la herrera, incapaz de sacramentos, que no sirve para nada. Por eso y por otras sinrazones de mayor calibre, cuando llegó a mi corto conocimiento que tres muchachos de no más de 30 tacos repartidos equitativamente, se habían confabulado seriamente mediante el celestinesco artefacto de Internet para suicidarse todos juntos en unión, mediante el carbono producido a mano, me dejó frío. No porque no comprendiera el hecho, sino porque me parecía que la justificación para tomar tan drástica medida, me parecía más bien signo de esquizofrenia o de subnormalidad de última generación. Los tres muchachos, estudiantes en diversas asignaturas, a cual más importante, al cabo de muy diversos encuentros, mediante el uso y el abuso del dichoso Internet, habían llegado a la conclusión de que esto no es vivir, sino todo lo contrario y, como los chicos del Japón, dijeron: «¡Que le den por el saco al mundo y sus fríos y calores! ¿Nos suicidamos?» Y los tres dijeron que sí. Y se proveyeron del material más idóneo para sus tremendos fines y se citaron en Luber, un bello pueblecito zamorano que posiblemente nunca habrían visto un muerto por óxido de carbono. Y cuando se disponían a representar el número, fueron descubiertos y denunciados a la Guardia Civil, la cual, cumpliendo con su deber de garantizar la seguridad de los españoles, incluso los de Zamora, detuvieron a los protagonistas y por ahora y hasta que el juez no disponga lo pertinente en estos casos, les incluyeron en la nómina de los enfermos por «socialidad viciada», según el dictamen del sociólogo clínico José Gil Martínez. La explicación causal de la tormentosa enfermedad de estos chicos fue muy extensa y según esta, además de la socialización viciada, los muchachos padecen falta de entendimiento social -del político mejor es no hablar- y con problemas personales múltiples. Se les declaró, así, de entrada, de «personalidad evitadora». Y esto ya no lo puedo aceptar. Sencillamente porque no sé qué es lo que se quiere decir con lo de «personalidad evitadora...» En vista recurrí para esclarecer mis dudas, como suelo hacer desde mis más tiernos años, a la Poesía y me encontré con una copla que quizá pudiera servirme para aproximarme a la verdadera patología de estos tres suicidas colectivos: Ni contigo ni sin ti / tienen mis penas consuelo: contigo porque no vivo / y sin ti porque me muero. Mano de santo. Porque apenas acabé de recordar la coplilla, me fue facilitada la razón por la cual estos tres muchachos, estudiantes, de poco más de veinte años por cabeza, pretendían dejar este mundo: ¡Porque les aburría...! Coña como a tantos otros millones de españoles. Pero de suicidarse, nada.