De León al Everest | Diario de una aventura
Lenta espera antes de la cima
El escalador leonés prepara para el miércoles su primer ataque a la cumbre del Everest, envuelto en la tensión de la «larga y tediosa espera» de jornadas decisivas
Querido lector, es muy probable que mientras lees esta crónica yo me encuentre de camino al Campo II, a 6.400 metros de altura. Mi intención es observar la progresión del tiempo y disponerme para un primer ataque a la cima del Everest el 18 de mayo. Comprenderás fácilmente la tensión que vivo en mis propias carnes en estos instantes previos a la escalada del techo del mundo. La fiebre de cima se ha extendido por el campo base. La pequeña ciudad de nylon que constituye el conglomerado de tiendas de campaña que se acumula sobre el glaciar del Khumbu se ha convertido en un hervidero de «conspiraciones». Los report weather -partes del tiempo- circulan de mano en mano como antaño hacíamos con los cromos a la puerta del colegio. Esto no hace más que incrementar mi ansiedad: ¿cuándo será la ventana definitiva que me permita alcanzar mi objetivo? Mientras observo y medito la compleja situación, las informaciones que me llegan desde la cara norte del Everest no me ayudan a aclarar las ideas. La mayoría de expediciones esperan sobre el glaciar de Rongbuk la ventana del 18 para montar el Campo II. «Van muy retrasados», pienso. Pero es que por nuestro lado, la ruta sur, la del glaciar de Khumbu, las cosas no van más rápidas. Los sherpas esperan a que mejoren las condiciones meteorológicas para subir hasta el Collado Sur (8.050 metros) y montar las tiendas del Campo IV. Por estas fechas, las privativas expediciones comerciales -cobran 60.000 dólares por cliente- ya han instalado las cuerdas fijas en el Escalón Hillary, sobre la cresta cimera. Pero este año, el mal tiempo ha trastocado la mayoría de agendas. En esta larga y tediosa espera procuro no desesperar y, por tanto, hago lo imposible para mantener en lo más alto mi espíritu montañero. Mi intención es llevar el nombre de Castilla y León hasta lo más alto de la tierra, para ello debo mantenerme firme a mis principios y a aquellos conocimientos heredados de mi familia. La gran montaña es muy dura con aquellos que no respetan el juego de la paciencia, que no es otra cosa que saber esperar el momento oportuno. Cada noche, desde la soledad de mi tienda, pienso si cada decisión que tomo es la correcta y si no me estaré precipitando. Hace unos días, seis sherpas padecieron las consecuencias de su orgullo de estirpe. Por querer alcanzar el Collado Sur antes que el resto y en unas condiciones de viento y frío insoportables (con ráfagas de hasta 70 kilómetros por hora y temperaturas de 36 grados bajo cero), la mayoría de ellos padeció congelaciones muy importantes que les costará la amputación de algunas falanges de sus dedos. Sé que me estoy jugando mucho en esta aventura y, para ser sincero, me asusta. Pero, al fin y al cabo, la superación del reto es la fuerza que me empuja desde mi interior. Como escalador, poner el pie sobre la cima del Everest es alcanzar la mayor cota de mi vida. Se trata de una emoción que me causa escalofrío y a la vez me emociona. Estoy convencido que lo conseguiré. Queridos lectores, para acabar quisiera agradeceros de nuevo vuestro apoyo y consideración. Sin ellos me sería imposible acometer esta noble y ambiciosa empresa en solitario. Escalar el Everest, aunque se haya convertido para algunos en un negocio, para otros -entre los que me incluyo- conserva el espíritu alpino de todos aquellos que a lo largo de ochenta años han forjado con su ejemplo la noble y bella historia del Himalaya. Y por todo ello hoy quisiera dedicar esta crónica a todos vosotros: lectores, amigos, familiares y patrocinadores.