CRÉMER CONTRA CRÉMER
El estado de la nación
PUES VERÁ USTED, señor, el estado de la nación es para cada uno según lo mire. O como lo de la feria, que cada uno habla de ella según el provecho que sacara de ella. O sea que el contraste de pareceres, que de vez en cuando tiene el Parlamento como campo de entrenamiento, no sirve en realidad sino para acrecentar las fobias de cada insurgente y para comprobar que el estado de la nación, diga lo que quiera el «jefe», no siempre es tan bueno como se proclama, ni por supuesto tampoco tan lastímero como los pregoneros de la Santa Oposición se empeñan en mantener. El debate entre los unos y los otros suele dejar insatisfechos a la mayor parte de los pacíficos y sufridos espectadores y oyentes a través de la televisión sin fronteras, (cada día más obtusa y menos convincente), sencillamente porque, según pudimos comprobar en la final, jugada naturalmente en el campo del Real Madrid, cada cual va a lo suyo, pese a que con palabra mentidera todos se afanan en llevar a la parroquia al mentidero nacional de las Cortes. Sobresalieron en el programa general del encuentro político, dos asuntos principales y sin duda los más emblemáticos: El terrorismo, con sus articulaciones vascas electorales y la dificultad que existe entre el común de vecinos que no hablan catalán para aceptar sin resistencia lo de la financiación. Que, al parecer, es algo así como que Cataluña solicita, es uso de los derechos que le son atribuidos por los estatutos y las juntas constituyentes, que le permitan cobrar directamente sus tributos, tasas y contribuciones y determinar por sí misma, o sea a través de la Generalidad, que parte de estos dineros cobrados al contribuyentes pasan a formar del presupuesto de Cataluña y qué porción, si es que algo sobrara, que Cataluña pueda emplear para los pueblos más míseros de la península, entre los cuales, naturalmente (o no tan naturalmente) se encuentra Castilla la Vieja y León el nuevo. De lo cual se infiere que España, partida por gala en dos, como siempre, se forma de una parte bastante opulenta solidariamente inclinada a socorrer a los demás pueblos desvalidos, y otra parte de aquella porción peninsular que recita la ayuda generosa de sus hermanas para poder respirar. Frente a esta demanda, la porción catalana, que es la boyante, dice y será verdad cuando nadie lo desmiente, que ya está bien de ayudar a zonas menos lastimosas de lo que se dice y que, dadas las circunstancias de la economía universal, también Cataluña necesita apoyos. Y que por tanto, como la caridad bien entendida empieza por uno mismo, se acabó lo que se daba. Y claro la pelea goyesca a garrotazos dialécticos se impuso, y tanto el señor Rajoy como el señor Zapatero cruzaron los sables ante la expectación del buen público que no consiguió al final de la refriega saber si por fin acabaría con el terrorismo y si se acabaría antes con la yoda de los unos a los otros. Como da la circunstancia feliz de que yo soy, como Zapatero, del Barcelona y tengo, bien probada la gentileza y generosidad de sus gentes, como Don Quijote, creo, pienso y sostengo que convendría que los unos y los otros dejaran en el cuartel sus armas y se dedicaran de verdad a intentar dar con la fórmula que nos permita, acabar con la violencia de género y de subgénero y distribuir con mano sabia y espíritu de fraternidad los bienes de este mundo. Los espectáculos políticos, para el circo.