CRÉMER CONTRA CRÉMER
Pelayo o Covadonga
LA PRINCESA HA DEJADO DE ESTAR TRISTE, como le acontecía a la Princesa de Rubén Darío y ya no nos es necesario preguntar para conocer exactamente qué es lo que la pasa a la Princesa: Sencillamente o no tan sencillamente, que está preñada, dicho sea en términos satures. Y la España de Covadonga, de Don Pelayo y de Don Favila (aquel rey que salió de caza a los montes de León y se le comió un oso pardo), vibró de fervores dinásticos. Porque, señoras y señores, gracias a este embarazo prodigioso, «llevado a cabo de manera natural», según información de algún técnico de la Casa, España, esta España que libertó Pelayo del moro y consagró la santina de Covadonga, ya tiene solucionado el grave y delicado proceso de la mantenencia de la sucesión. Si nace el esperado y resulta niña, que puede ser, se llamará Covadonga, que es nombre glorioso y venerado; y si como también puede ser, porque el milagro no es operación exclusiva para engendrar «fembras de gran fermosura», y sale chicarrón del norte, entonces, como la historia demanda y los asturianos exigen, será bautizado con el nombre de Pelayo, que fue un rey en piedra que los leoneses habíamos colocado en una de nuestras puertas históricas, bien santificada, «Puerta de San Pelayo» o del Rey Pelayo, que tanto monta. Y todos contentos corrimos a la Casa de Asturias con ramos de flores para la feliz pareja: El Principito y la Princesita. Todos los calendarios y todas las campanas anunciaron el acontecimiento y en León, principalmente, que es como una sucursal de Asturias, se congratularon de haber estado a punto de figurar en la autonomía astur-leonesa, en lugar de la castellana y leonesa a la que nos llevó precisamente el leonés Martín Villa. Ya no queda sino elevar a categoría de anécdota familiar del buen parto, a los anales líricos, como cuando Doña Jimena, la esposa del Cid Campeador, salía a misa de parida en San Isidoro de León. León y Asturias aparecen unidas desde tiempos remotísimos y además de los azares de su historia existe la tendencia, o si se prefiere, la disposición del leonés hacia todo cuanto tiene el color y la música de gaita de Asturias, patria querida. Así, cuando se lucha por el establecimiento de los puertos secos o cuando mediante la Fórmula 1, la asturianía conquista Cataluña, precisamente cuando Maragall intenta deshacerse de todo compromiso con estas tierras de la Reconquista. La Alonsomanía, hazaña análoga a la derrota de Almanzor y su hueste, no es sino la nueva reconquista de la España visigoda y a ella nos disponemos, desde que nos enteramos del estado interesante de la princesa y de la conquista del triunfo motorizado de ese Cid Campeador del motor que es Fernando Alonso. ¡Albricias! ¡Aleluya! Si ciertamente los hijos de los pobres siempre llegan con un pan bajo el brazo, imaginamos que este niño o niña de la Princesa y del Príncipe, ambos precisamente Príncipes de Asturias, traerán no un pan ni mucho menos un bollo preñado, sino toda una panadería capaz de dominar las hambres que puedan acarrear los invasores de las pateras.