Cerrar

CRÉMER CONTRA CRÉMER

Banderas, banderines y pendones...

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

Creado:

Actualizado:

NO SOMOS demasiado aficionados al banderismo, pero comprendemos el espíritu que anima a aquellos que se perecen por una bandera, un estandarte o un pendón, dicho sea esto último con todos los respetos y cautelas necesarias. Los españoles, a lo que podemos comprobar, somos tan aficionados a las banderías, a las demostraciones mediante enseñas al viento como a los toros. De modo que así que se suscita una cuestión en la cual interviene nuestra tendencia hacia el banderismo, nos alarmamos. Será vanidad o afán de epatar al vecino, pero aquí en este lugar en el que vive Don Lope de Sosa, direte Inés la cosa más peregrina y es que todos queremos disponer de una bandera, no para adornar nuestra tumba, sino para enarbolar como arma cuando se nos hinchen las venas de todo el cuerpo. Así es que hay banderas para todos los gustos: banderas para andar por casa y banderas nacionales. Todas y cada una de ellas dignas de nuestro respeto cuando menos. Pero es el caso que a veces la afición a las banderas no lleva a elevar la icurriña, que pudiera ser un emblema interior tirando a doméstico, pura enseña nacional. Y no parece que este comportamiento de desdeñar lo nacional por lo doméstico sea lo más correcto, sobre todo cuando de relacionarnos con los inmigrantes y mafiosos que nos llegan en patera se trata o cuando pretendemos imponer nuestro estandarte procesional para suplir a la oriflama nacional en casos de representación universalista. Que es o viene a ser lo que ocurrió, días pasados con el señor Maragall y el señor Rovira, ambos catalanes por su suerte y ambos también difícilmente dispuestos a resignar su pabellón por el obligado oficialmente de la Nación, de la Patria, del País o como quiera que se decidan a llamar a esta España distinta y única en su clase. Ambos señores, representando a su maravillosa tierra catalana, a la que nosotros que somos gentes de las afueras admiramos y queremos, acudieron a Israel tierra de judíos y de mozárabes, para testimoniar la condolencia ante el recuerdo de un ilustre judío muerto a mano airada. Y estando en estas situaciones de conciliación y respeto mutuo, el señor Rovira frunciendo el ceño, se apartó abruptamente del grupo de asistentes, entre los que se encontraban representantes de muchos países y con grandes gestos dio a entender que como había visto que entre las banderas que flameaban al aire no estaba la bandera catalana, sus condolencias y se retiraba a sus Palacios invernales. Se le hizo saber que en el abanderamiento oficial sí aparecía la bandera española que es, en resumidas cuentas, la que representa totalmente a todos los españoles, incluyendo a los catalanes, a los vascos, a los gallegos y hasta a los leoneses de Sajambre. Ni el señor Pasqual Maragall, socialista, ni el señor Josep Lluis Carod Rovira, republicano, aceptaron la justificación y abandonaron la formación. España, o sea nosotros, se cubrió de rubor, de estupor y de vergüenza torera, no ya por el gesto ineducado y grosero de los señores Rovira y Maragall o viceversa, que tanto monta, sino porque estos dos representantes de la patria de Verdaguer y de Gil de Biedna no presentaron disculpas, ni demostraron remordimiento y arrepentimiento, sino porque el señor juez de turno, no procediera a abrir el correspondiente expediente que les obligara a dejar los cargos, como se suele hacer con los que lo hacen con la icurriña. Porque es que a este paso, que por cierto después se completó con una parodia de la coronación de espinas, acabamos en nada.

Cargando contenidos...