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UNA PISTA de que vienen securas y chicharreras lleva tiempo dibujada en ciertas plantas. Como si leyeran los vientos que traen escrita la sed en su soplido, dejan sin savia algunas ramas y sacrifican una parte en favor del todo, pura automutilación, abortan brotes. Lo mismo hacen algunos bichos si su despensa de grano está comprometida; no ovulan, estrangulan el reproducirse, y ese año los topillos y lirones, que en ocasiones plagan, renuncian a la prole como si se pusieran condón. Es listura escarmentada durante milenios la que les dicta lo que a nosotros nos parecen contradicciones. Hay reptiles que se desprenden voluntariamente de su cola en situaciones comprometidas para confundir al captor con un trozo de rabo que lagartijea mientras ellos se dan el piro. Algunas plantas les imitan y recortan su vida y la fronda; las hay que incluso se suicidan. Quienes creen que la vida fue creada por Dios se confunden y dudan al ver que esa misma vida no se rige por la amorosa ley divina; gran contradicción. La vida no puede aceptar el amor por los semejantes. Bien al contrario, sólo hay vida matando vidas. El pez grande zampa al chico, el caimán al ñu, el pájaro a la mosca, la vaca a la hierba. Se diría que sólo los vegetales, que no se mueven, se libran de esta ley de voracidad perpetua. Las plantas no necesitan matar para vivir. Mentira. Se devoran, se esfixian, se envenenan con tóxicos o se tumban encima y las anulan, les roban la luz y el agua. Y la más tiesa, capadora. La solidaridad es pecado en el mundo natural. De libertad, de igualdad y fraternidad, ni hablemos. ¿Así lo quiso Dios cuando creó la cosa? Cada cual está preso de su destino, esto es, robarle al otro la vida, matar y devorar. O morir en el empeño. La ley divina del amor y la caricia está vedada. No hay licencia para matar, sino obligación de hacerlo. ¿Por qué la norma divina para lo creado la rompe el hombre que ama al hombre, aunque con el resto de lo creado su voracidad es ilimitada y más devastadora que ningún bicho? Hay un rebotado convencido de que eso es cosa del diablo, un Lucifer expulsado del Paraíso y confinado en esta Tierra donde, para contrariar al jefe, se vistió de Dios y predicó el camino opuesto a esta vida, o sea, la solidaridad, el amor fraterno. Y después le encalomaron lo de Eva y la manzana.

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