CRÉMER CONTRA CRÉMER
La difícil cuestión del transfuguismo
RESULTA DIFÍCIL, si no imposible, conseguir una traducción del término «tránsfuga / transfugismo», pese a que sin duda es la palabra más usada en la gramática política de todos los tiempos. Todo el mundo, en un momento u otro de la historia, habla del transfuguismo como del corazón de las ranas, sin saber exactamente que se puede entender por tal. En aquella época en la cual todavía se hablaba de las personas leales a sus principios y a la coherencia de sus propias ideas, alcanzadas a lo largo de su vida, cuando se producía un individuo que se pasaba de un partido al de enfrente, sin abandonar por ello, como parece ser que éticamente correspondía, los privilegios adscritos al cargo o dignidad atribuida al puesto, se le conocía por «chaquetero» o personajillo que cambia de chaqueta, como de camisa. Y quedaba postergado en la estimación de la comunidad para los siglos de los siglos, amén. Pero las fórmulaciones políticas, como todo en este mundo, ha sufrido últimamente tales cambios que ya no conocemos a la mitad de las gentes ni de las cosas por lo que pretenden representar, sino lo que verdaderamente son. Las transiciones suelen ser fenómenos que se producen precisamente para justificar algunos de los actos de transformismo que se producen durante el ejercicio público. Raramente estas monstruosidades se dan en la clase trabajadora, digo yo, como por ejemplo el albañil o el herrero, porque a nadie o a muy pocos se les ocurre la idea de explotar el cambio de ocupación por otra más saneada, más segura y mejor pagada, como, es un decir, la Presencia de las Cortes o la dirección de la Empresa Eléctrica del poblado, sencillamente porque un pacífico y sacrificado albañil es posible que todavía, a pesar de los cambios, conserve un adarme de vergüenza social, heredada de sus padres. En la actualidad, donde menos se piensa y cuando más confianza se tiene en el colaborador, más expuesto está a que se produzca el fenómeno de la apostasía, del transformismo, del chaquetero, del trepador. Dicen los que suelen estar a la escucha, que una de las grandes novedades o más bien de los episodios emblemáticos de nuestro tiempo ha sido, la imposición en los debates sobre el nuevo Reglamento de las Cortes de Fuensaldaña, del término ético-político del transfuguismo. Hasta el extremo de que un núcleo leonesista se sintió obligado a ocultarse tras los cortinones, dado que no había forma de entender adecuadamente, honradamente, la figura del tránsfuga en la vida pública nacional. Y para saber aproximadamente qué debemos entender por tránsfuga se habla de la transcripción y entendimiento actualizado del término, por el de «procurador no adscrito», que viene a ser como la nada con capucha. Y sin embargo o pese a todos los trabajos de enmienda y raspadura creo que la inestabilidad de la política española, no es tan sólo la que se deriva del concepto de España: plaza partida, sino la consecuencia de haber elevado a categoría doctrinal la blasfemia política y moral del transfuguismo. Un país en el cual el tránsfuga puede cambiar de color, como los camaleones sin perder la piel, es un pueblo condenado a perecer precisamente a manos de los tránsfugas. Y no lo digo para mal, que anotaría Quevedo, sino para el mejor entendimiento de este término, que dicen que viene del latín y que se ha convertido en el elemento confundidor de todas las lenguas. Aquí lo de la décima de Manrique para la Casa Consistorial de Toledo: Por los comunes provechos / dejad los particulares. Pues os hizo Dios pilares / de tan altísimos techos Estad firmes y derechos.