Diario de León

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SE LARGA Juanín. Pena grande. Gran rapaz. Fino y anguila. En el río, que le tira, ha de ser necesariamente algo nutria. Esa pispa mirada suya es de chisquero. Es todo un símbolo en su equipo y en su León, esta tierra madrastrona y tacaña. Fue cantera y es podio alto, el mejor del mundo, según todos. Juega en una formación donde la inmensa mayoría son gente de fuera, de lejos y de lejísimos, mercenarios del oficio deportivo como soldados de fortuna que hoy están en esta guerra y mañana en otra, de modo que Juanín, entre tantos, era el solitario emblema oriundo sacando pecho y raza turriona para que no sea tanta mentira esa que se repite cuando hablan los locutores del «equipo leonés». Se queja Juanín del destino y del desafecto. Se duele dejando la casina, la gente y su tribu, las caricias de la sangre. León agota. Barcelona acoje. Allá se va. Les caerá bien. Tiene nobleza, estilo y arrojo. Es buen perro carea en su veredita lateral metiéndole al contrario las cabras y los goles en el corral. Rinde y eso el catalán lo premia, así que le espera triunfo con tramontana, o sea, vendaval. El punto de palanca de Juanín está en las tripas hechas corazón y, además, tiene cara de poca bronca, de buena gente a carta cabal, aunque es astuto en mañas y circunvalaciones, estampa menuda y lagartijera entre esas moles como paredes que ahora mandan en este deporte del balonazo y de las manos como cañones. Lamenta Juanín que no se hayan producido aquí señales y actitudes para retenerle. Y eso es que la categoría que todos le reconocen por esos mundos era tomada aquí por costumbre, deuda y calderilla, baratura de doméstico. Y no. Como en tantos leoneses, el exilio profesional es su destino. León expulsa a quien nada tiene (salvo aparición de un padrino), pero también al que demuestra mucho, que es el caso. La medianía manda. Y la grandeza que alguien pueda demostrar aquí invita a tus propios paisanos a segarte la hierba debajo de los pies, puta manía. Es el caso, Juanín. Es la ingratitud de la hiedra, que te abraza para chuparte la sustancia. Tómatelo con el azúcar que que brinda en cada aplauso la peña anónima, la que te quiere y también se duele viendo tu estela de adiós, que para tí es un hasta pronto, porque tienes la ley de la tierra y de los tuyos.

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