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Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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QUEDA EL NEFASTO recuerdo de cuando en Barcelona se ponía una bomba cada día y los pregoneros de la prensa gritaban por todas las esquinas: «¡Otra bomba en Barcelona!» y las gentes apenas si le permitían la licencia de detenerse un momento para completar la información. Desde hacía mucho tiempo, por unas sinrazones o por otras, Barcelona amanecía todos los días, cubierta por el fogonazo de las bombas que ponían los unos y los otros. Y al cabo de muy poco tiempo, porque el ser humano acepta las situaciones más alevosas con tranquilidad, los españoles aparecíamos en el mapa sociológico del mundo como la nación más bombardeada del universo, en tiempos de paz. Los gobiernos de la época, ya muy versados en terrorismos urbanos y en bandolerismos montaraces, tomaban medidas, muchas y muy drásticas medidas para acabar con aquella insurgencia que perturbaba la serenidad constitucional. Y entre la Guardia Civil y las milicias ciudadanas parecía que se había dado con el mecanismo más eficaz y adecuado para erradicar de nuestra siempre alterada geografía la amenaza de la bomba de cada día. Cuando las guerras civiles se declaraban, fenómeno que en España resultaba bastante frecuente, surgían al socaire de los patriotismos belicosos, bandas de voluntarios, que acababan naturalmente por convertirse en cuadrillas de malhechores. Y por los famosos montes de León, del Romancero, pululaban aguerridos resistentes que duraban meses y años hasta que, aburridos y cansados, intentaban escapar por alguna grieta fronteriza para acabar sus días, como albañiles jubilados en cualquiera de los pueblecitos pacíficos de la dulce Francia. Bueno, pues no diremos que en esas estamos, porque cada guerrilla, cada insurgencia, cada banda montesa y urbana tienen sus brillos y se producen de acuerdo con los medios de que pueden disponer y el grado y dureza de la persecución. Pero no se andaban, ni los unos ni los otros, con subterfugios, con enmiendas, con raspaduras legalistas para el ejercicio de su función. El que ponía las bombas o asesinaba ministros sabía que se jugaba la vida y no lo hacían con presteza, acaban por ser detenidos y hasta condenados a garrote vil. Yo, desde León, que es tierra de paz, ignoro si los que colocan artefactos en las calles de Madrid o de cualquier otro lugar de la península defiendan algo trascendente o solamente se trata de una variante de los juegos de niños peleones, pero lo cierto, lo doloroso es que estos y los otros terroristas itinerantes ponen bombas y nuestros hijos, nuestras mujeres se convierten en posibles víctimas sin comerlo ni beberlo. Y no sé, pero me parece que con bombas no se arregla nada; matando a lo bárbaro lo único que se consigue es esparcir el dolor y encender las sangres de la ira. Esta última bomba, en forma de vehículo cargado de cloratita o de lo que fuere, detonada en Madrid, pone de manifiesto además de la bestialidad del procedimiento, su inutilidad. Esto es una guerra pérdida y ya se sabe lo que resulta de estos confrontamientos: «Cándido», en su libro «Memorias prohibidas», lo dejó bien escrito para conocimiento de terroristas y de los otros: «Todos los pobres de entonces habían perdido la guerra»...

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