Diario de León

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CLASES de Derecho me dio en aquel balbuceo universitario leonés que fue la Academia de San Raimundo de Peñafort, un santo catalanote y dominico que es el patrono de los abogados, leguleyos, jurisconsultos y todas las gentes que andan por la vida con un código en la mano y otro en la mollera. Con la merecida Orden de San Raimundo pone broche a una larga e intensa carrera fiscal; aquí, en la galera leonesa del estrado y la campanilla. En aquella mi primera relación con él nunca le envaró su condición de profesor; bien al contrario. El que de verdad tiene magisterio no necesita pinarse; en la horizontalidad y el respeto está su autoridad. Creo convencidamente que Javier Amoedo es de esta rara clase de gente. Tiene criterio y es afable. Pisa estrado y pisa calle: «Quod Aranzadi non dat, en las aceras se encuentra». Se ha pasado muchos años como fiscal viendo más de cerca que nadie la cara de la delincuencia y la cabronancia leonesa, la interminable hilera de mangantes, criminales, cuchilleros, violadores, corruptos, mierda con patas y gentes de empujón y trampa que cría esta tierra. Y no se le ha puesto cara de furias, que es lo propio, ni de espanto, que también. No recuerdo la ocasión de haberle visto con gesto agriado o contrariado. Siempre sonríe en todo cruce y encuentro; aparca el lamento o la insidia. Y brindamos por la vida y los hallazgos. Una vez creí hacerle una putada al Javier fiscal por ser testigo yo de la única prueba que aducía la acusación pública contra un pobre manguta de Puente Castro al que acusaban de robarme el radiocasete. ¿Es el suyo? Rotundamente dije no. Tuvo que retirar cargos. Se le absolvió en el acto. Le pedían ocho años; jo, qué bestias. Días después me crucé con Amoedo y, pensando que me vendría con un lógico ladrido, me dió la enhorabuena por la inusual veracidad de mi testimonio que contrariaba el informe policial y me dejaba sin radiocasete. En sus palabras reconocí un hondo sentido de la justicia, pero adornada de piedad, gesto que suponemos incompatible con los adustos fiscales. Desde entonces le profeso una inquebrantable fe y admiración. Tiene licencia para hacer lo que quiera, porque estoy seguro de que todo lo que haga será siempre aquello que mejor se pudo hacer, pero no olvidando nunca lo que debía haberse hecho.

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