Diario de León

El paisanaje

Nostalgia de la calderilla

Publicado por
Antonio Núñez
León

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SE QUEJABA por televisión un holandés el día de votar no a la constitución europea de que el euro le había salido caro porque antes con diez o doce florines podía regalarle un florero de tulipanes a su señora y ahora, al cambio, no le da ni para untar el pan del desayuno en la margarina marca tulipán de toda la vida. En los Países Bajos empiezan a echar las cuentas en serio. Un poco más abajo, en Italia, también, de modo que ya van dos ministros de Berlusconi proponiendo abandonar el euro y volver a la vieja lira, aunque allí lo tienen más crudo, porque un simple paquete de tabaco de los de a tres euros les viene a salir ya por unas cinco mil liras, que es mucha pasta hasta para el estómago de un italiano. En Francia, sin pedir la vuelta al franco han votado francamente que no y los laboristas ingleses, como circulan siempre al revés con el volante a la derecha y van por la izquierda, dicen que ni se plantean el dichoso referéndum, mientras la libra esterlina siga cotizándose por encima del euro y aún le sobre la tira de calderilla en chelines y peniques. En España hace tiempo que desaparecieron las monedas de uno y dos céntimos de euro, que serían como del doble de pesetas, y las de cinco céntimos, dos duros de los de antes, valen menos que un chupa chups en el kiosko de la esquina, según opinión unánime de los chavales nacidos después de la moneda única. En cuanto a los mayores está claro: el café subía un duro todos los años por enero, de acuerdo con las cuentas que hacían el tabernero y el colombiano Juan Valdés; la cerveza, que estaba a veinte duros, parece que ha bajado a un euro, pero no; el vaso de tinto se cotiza a un euro y pico, que es mucho pico en una ronda; y, en tocante a los licores espirituosos, se han puesto en la taberna del barrio al precio de barra americana, como si pagaras en dólares. Se oye decir estos días que la clase política europea está perdiendo los refenrendos porque no conecta con la calle. Y es lo más natural, porque antes llamabas desde un teléfono público con dos monedas de a duro y tenías tres minutos para avisar a casa y disimular que ibas a llegar tarde. Ahora son sólo 20 céntimos de euro, pero treinta y muchas pesetas. Respecto al precio de los pisos, ha subido tanto o más que el tabaco y la cerveza, de manera que el sueldo ni siquiera llega para fumar, beber y lo otro en casa. Salía más barato en tiempos de nuestros abuelos -eran cinco minutos y no treinta años de hipoteca- aquello otro de «tanto y la cama». Recuerda uno que cuando entró en vigor el euro aquí se dispararon cohetes a manta y que en las redacciones de los periódicos se dijo que lo progresista era dar todas las cifras en la nueva moneda. Así que el periódico, que antes valía cien pelas, pasó a costar también un euro. Y, cuando publicabas que el alcalde o el diputado Fulano se había puesto un sueldo de 6.000 euros al mes, te traicionaba el subconsciente al comparar la nómina con tus ciento y pico mil pesetillas, real arriba o abajo, concluyendo con «parece un tipo honrado que vive más modestamente que yo, lo cual ya tiene mérito». Pero luego se tiraba de calculadora y no era exactamente eso. Por ahí fuera no les ha sido difícil calcular en euros el precio del tulipán (Holanda), de los quesos (Francia) o el de las salchichas (Alemania), por lo del voto negativo. En Inglaterra prefieren preservar el whisky y la libra, por si acaso, y hacen muy bien, menos mal. Respecto a España las cuentas están también claras por mucho que no le salgan al ministro de Economía, señor Solbes, el cual estará haciendo todavía la regla de tres: un euro es a 166 pesetas como un peseta es a equis, etcétera, luego la inflación es cero coma cero. Pues no. En la práctica y en el mercadillo de la Plaza Mayor cien pesetas pasaron a ser un euro, por lo del redondeo, así que la vida y, con ella, los tomates, la pescadilla, el farias y demás han subido exactamente un sesenta y tantos por ciento. Puede que el Gobierno no se aclare, pero esto lo entienden hasta los chinos del todo a cien que ahora se anuncian, y pasan por tener los precios tirados por lo del dumping social, con el cartel de todo a euro. Se están forrando. Cuando España aprobó la constitución europea parecíamos los primeros en la semana fantástica del Corte Inglés. Ahora hemos hecho el primo por no esperar a las rebajas. Eso sí, los discursos de los políticos locales levantan mucho la moral, como cuando antaño los charlatanes de feria aunciaban la mercancía al grito de «dos peines un duro» y al primer calvo que pasaba le regalaban, de paso, un crecepelo. Ahora en Europa se peinan todos patrás , menos José Luis Rodríguez Zapatero, que es un lanzado palante . El país va a contrapelo.

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