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CRÉMER CONTRA CRÉMER

León arderá en fiestas

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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ASEGURAN LOS TEÓLOGOS que cada criatura tiene su singular forma de divertirse, lo mismo que cada maestrillo dicen también que tiene su librillo para que los niños a su cargo aprendan a leer el Quijote. Así los pueblos, las entidades urbanas, que se dice, y las capitales de provincia llegado que es la fecha de celebración de la Virgen a los pastorcitos, celebran su fiesta. También hay poblados que no necesitan aparición ninguna para montar su especial tiberio festivo, pero ya no es lo mismo. La Ciudad de León, al modo de sus ciudades y pedanías circundantes se viste de gala festiva, por San Juan. Por San Juan dicen los campesinos del campo (porque también hay campesinos que no ven tierra sembrable jamás de los jamases, a los cuales se les conoce precisamente porque viven de la tierra, como las hormiguitas, pero sin dar golpe) pues dicen, digo, que así que se anuncia la proximidad de las fiestas famosas de San Juan y San Pedro, León arde en fiestas. Hubo un tiempo en el que efectivamente los hombres y las mujeres del campo, advertidos de la importancia social de la fecha, aprovechaban la baratura de los trenes para llegarse a la Capital con las lanas de sus ovejitas luceras, con sus trillos, para las eras de Agosto y con las labores artesanas de las hacendosas mujeres del campo y se formaba en la Plaza Mayor la escenografía de la Feria. Entonces a la circunstancia se la conocía pro Ferias y Fiestas de San Juan y San Pedro. Consumidas las tradiciones por la vulgaridad se han quedado en un montaje cursilísimo y en una demostración gastronómico-vinícola aberrante. Si acabo y para cubrir el expediente y en competencia con la tonadillera de turno y el guitarrero electrificado más energuménico, echaban comedias en el Emperador, y se celebraba un bailongo con churros en la noche nochera de la fecha más crítica. También los poetas decíamos versos en la Claustra de la Catedral para los vencejos y aprovechando el buen tiempo corrían los caballos de carrera, que para eso habían sido criados, en las Pistas del Parque. Y punto. Porque lo del Certamen, Concurso o comercio de la tapa, era un prodigio de vulgaridad borracha y en fechas señaladas de apertura y de clausura de Ordoño el Segundo, (que ahora ya tiene sepultura nueva en la Catedral) desfilaban las Cabalgatas, que venían a ser como un guirigay colorista y musical para que los niños de barrio se vistieran de «guirrios» y las madres de Las Ventas conocieran la Calle Ancha. Eran unas fiestas aquellas de cuando Justo Vaga, divertidas, democráticas y sanísimas. Pero los seres humanos y las costumbres cambian, como los concejales tránsfugas y aquellas manifestaciones tan bulliciosas, tan leonesistas, tan baratas, que no le costaban al Erario ni una sola peseta de aquellas, tan bien recordadas, se convirtieron o se quedaron en este conglomerado de actos, de funciones, de demostraciones del más rotondo mal gusto, por falta de imaginación. ¡Qué razón tenían aquellos rebeldes de La Sorbona cuando exigían la elevación al poder de la imaginación! Las llamadas ferias y fiestas de León ¡ay! se nos han quedado en nada. Pero en una nada que cuestan un huevo del presupuesto y la yema del otro. O sea, corrientillas, tirando a vulgares y además caras. Señores de la Sala, creemos que han sonado ya las campanas de alarma y conviene a la mayor gloria de León y provecho de sus habitadores que celebremos el debate sobre el estado de las fiestas. Vecinos los de mi pueblo/ los de mi familia y casta,/ los de los barrios perdidos/ a la sombra de murallas/ que levantaron con sangre/ varones de limpia estampa./ ¡Pasen los señores, pasen/ no se queden a la puerta/ que aquí no se come a nadie...!