Diario de León

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TENÍA fama ganada aquel semental en toda la provincia y de toda la larga contorna venían a que cubriera a sus vacas. Magnífico ejemplar. Cumplidor y entusiasta en su menester. Gran puntería. Destajaba como ninguno; desconocía la «fatiga coyundi». Emirato le llamaron porque para su dueño era petróleo. Con el dinero de las montas no necesitaba más trabajo ni negocio. En un cercano pueblo que vivía mayormente de la ganadería estaban algo cansados de acarrear hembras al toro y rascarse la cartera, así que decidieron mancomunar necesidades y comprar el animal. Comisionaron a cuatro para tentar la compra. Le preguntaron al dueño que cuánto y el tipo, sabedor de la mina que tenía en casa, se tiró al disparate para disuadir: ¡un millón de euros!; y es barato, que el Sultán que compró Hormaechea para Cantabria costó cinco veces más. Volvió la comisión derrotada de ánimos; no llegarían a juntar esa fortuna ni firmando hipotecas con el diablo o con un banco, que es lo mismo. Cabizbundos y meditabajos relataron a la junta de ganaderos la situación. ¡Pues hay que comprar ese semental! Se fueron al ayuntamiento elevando queja y demanda a la autoridad. Propusieron al alcalde que el municipio comprara el animal y convirtiera en público el negocio. El alcalde les dijo lo que dice un alcalde: no hay dinero... pero hay amigos, así que tiró de enchufe en la Junta para comprar a medias el soberbio semental. Cuadró. Lo comprarían. El día que fueron a por él lo encontraron en faena prodigiosa, qué bestia, doce vacas sin bragas hacían cola. Ya en el pueblo, le instalaron en unos prados de mucha hierba con tendejón de seco mullido. Quedó inauguraba la base municipal de inseminación y comenzaron a llevarle vacas. Pero, sorprendentemente, les echaba un reojo indiferente y rehusaba, no las cumplía. Gran calamidad. Qué desgracia. Así todos los días. Cubría alguna vez pero, mayormente, desdeñaba. «Tío, pero qué pasa -le dijo al semental un toro del pueblo- , pero si tú eras la leche disparando y te calzabas media cabaña asturiana en dos días, ¿qué te ocurre?»... Y el semental, echando una mirada de suficiencia, le dijo «nada, chaval, no me ocurre nada; lo que pasa es que ahora soy funcionario». Lo he adornado, pero tal cual me lo contó Alvaro, el padre de Boli.

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