Diario de León

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COLUMNAS de humo se levantan sobre el horizonte a la atardecida. Los profetas dibujaron estos incendios. La solanera esparce yesca en los campos. Arden las cuatro esquinas como antorchas de un catafalco. El funeral del bosque está servido. Esos incendios dejarán de ser noticia, salvo las salvajadas, y pasarán a la estadística. Pero los que inquietan son esos incendios en los alrededores de pueblos y ciudades, en los alfoces, en ese barullo caótico de talleres, solares, chaletillos y suelo recalificable entre el que quizá perviva un paño de roble con su urzal y su floresta que alguien podría reclamar un día como pulmón preservable ante tanta macicez residencial, esa voracidad de adosados que ocupan paisajes como en paseo militar (cierto; desfilan en su aberrante geometría). Que ardan esos restos del viejo monte antes de que nadie se arrime a la moción. Estos pequeños indencios no son noticia. La magnitud de monte abrasado en la Valdería o Torío les orillan, amén de que a veces la calificación administrativa de los mismos es sospechosa. Lo llaman «monte bajo y matorral», como menospreciando y, quién sabe, como si felicitaran a las llamas por habernos limpiado el sitio de lo que el pueblo tarugo y concejalones espabilados llaman «maleza», matojo, birria, purrela... Y es que a todo lo que no da metros cúbicos de tablón y taleguilla de euros le dicen monte bajo, aunque su importancia biológica sea incontestable, imprescindible. Son enebros, majuelos, jaras, escaramujos, mostajos, bardal de sauces... arbustos sagrados que se quedan en «maleza» frente a la «bueneza» del solar recalificado. Maleza llamó a toda la orilla arbolada del río un alcalde de estas montañas y lo plastificó con aceras, aparcamiento, orillas de cemento y lecho de canal. El pueblo aplaudió. Cuatro o cinco lloramos. Y de esas lágrimas brotaron las risas de enfrente. Era maleza. Y el hurón que por allí campaba o la nutria o el tejón o la marta eran alimañas, esto es, bichos para la escopeta o la estricnina. Lo dijo un alcaldín garduño allí donde el Torío pierde su casto nombre en lo que un día fue vega de ciervos. Maleza. Arrasarla es considerado progreso. Matorral. Nada se pierde porque arda. Matojos. Su ceniza es prólogo de ladrillos. Viva el fuego; vivan las cadenas que nos van atando al desierto. ¿Y qué maleza crece en su cerebro?

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