Diario de León

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TUVE unos años por vecino, dos parcelas más allá, a un ricacho que amasó plata americana y volvió forrado comprando la bimba y edificando la bomba. Levantó casonas en el centro de la ciudad y un pedazo chalé allí, mucha ventana y retranqueo, teja soriana ya curada en casas que murieron, hidalgamente rústico, pretencioso, siempre con albañiles encima... parecía la obra de nunca acabar. Levantó no cerca ni tapia, sino muro carcelario de cinco metros que convirtió el alargado solar en callejón, ladrillo y bloque; diríase fortificado. Era un tipo muy suyo, reservado, roñoso de saludo sin dar pie ni a dos palabras, metódico, distante, enroscado padentro. Parecía un viejo gañán con traje, un «parvenu» del pisto y las rentas, pero en esta ciudad negocianta y desconocida para él tras tantos años mejicanos, todo lo que tocaba se convertía en carambola y se duplicaba. Es la suerte del novato y del paleto, decía un conocido y arruinado empresario cazurro mientras se atizaba su segundo vermú (con ginebra, Saturnino) en ese bar nuevo que abrieron ahí en la plaza Circular, sí, hombre, otra franquicia pirulera, tienes que conocerlo, cómo se llama... Pero el tipo que digo no andaba jamás de vermús. Acudía cada día a su negocio con precisión relojera. El ojo del amo engorda el caballo. Compraba, vendía y en el camino encontraba tajadón. No desatendía lo suyo. No tenía tiempo para rendevús. No hacía vida social ni acudía a círculos, clubs o contubernios empresariales. No les necesitaba para nada. Ya tenía. Acabada la jornada, regresaba a casa, al fortín. Siempre esperaba tarea y los albañiles con sus chapuzas y ampliaciones y su no acabar, porque el hombre estaba permanentemente modificando, recreciendo. Tardamos algún tiempo los vecinos en saber el por qué de tanto trajín y cemento. Se había hecho bajo la casa un búnker, un sótano inmenso y acorazado que le servía para guardar arte, riquezas, sus tesoros... y, algún día le serviría también como refugio antinuclear para salvar el pellejo el día de la hecatombe, ya ves, allí enlatado. El hombre persiguió toda su vida la autonomía personal. «Solo, puedo» era su lema. A lo mejor se libra en la hecatombe, pero estará tan solo como ahora... Así que ¿solos?... ni para salvarse, rapaz. Solos, jamás.

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