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VICTORIANO CRÉMER
León

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ESTAMOS obligados a hablar, a escribir, a meditar sobre Galicia. De la mano de Carlos Drumond de Andrade, repito sus versos: «No meio do caminho, tinha una pedra / tinha una pedra no medio do caminho / tinha una pedra...» Porque en esta hora azarosa de las elecciones, todavía no sabemos en qué ha podido quedar la contienda, en la cual, según pregones, todos nos jugábamos tanto y cuanto. También nosotros, gallegos de costadillo, que formamos parte y no desdeñable del reino galaico leonés y guerreros altivos llegaron a formar parte de la egregia mesnada que defendió nuestras murallas contra las algaras moricas.Según las estadísticas más fiables, un veinte por ciento de los habitadores de la capital del viejo reino, son gente buena de la Galicia viajera, de la Galicia descubridora, de la Galicia que nos envuelve con su encantamiento. Según las leyes o los Estatutos establecidos por hombres que no siempre son de donde nacen ni de donde pacen, la porción gallega de nuestra identidad es «aquella manera de ser» que en leonés seguimos llamando «retranca». La retranca leonesa no es sino una parte del legado que el contacto gallego ha dejado en nosotros. Porque también el leonés, colocado en el trance de tener que decidir, si sube o baja, excusa la respuesta, añadiendo: «Estate per ahí, que ya te chamaré». La influencia de lo galaico es tal que repetimos conforme nuestra propia piel interior. Pero no acabamos de entender a los gallegos cuando se empeñan en explicar, por ejemplo, la estrategia de unas elecciones en las cuales esté específicamente comprometida. Nunca conseguimos saber con certeza si han ganado los unos o los otros. Fraga asegura que la victoria como la calle continúa siendo suya, Touriño proclama que se acabaron los fastos de la Corte de Don Manuel y comienza el tiempo del cambio bajo su dirección, con al colaboración muy apreciable de Anzo Quintana, el galleguista del dolorido sentir, que, pese a que no le valieron las contundencias dialectales, llora su soledad, asegurando que «Eu non choro por mi». He aquí tres banderas para una sola batalla, que ondea al viento abanderando tres signos distintos. Y es lo que dicen las gentes más cercanas a la lingua galega: Si Don Manuel ha sido el más votado, democráticamente ha de concederse la victoria y sus prerrogativas a Don Manoliño. Pero como parece ser que a la hora en que redactamos este parte de guerra todavía no se ha sustanciado el pleito electoral, pudiera darse el curioso contrasentido de que el vencedor se viera conducido al negro callejón de la oposición, abandonando armas y bagajes para que, en infidelidad política manifiesta alcanzara el estrado de mecanismo indispensable para el gobierno del reino, el candidato Anzo Quintana precisamente el menos votado del trío. Y yo no lo entiendo. Y lo entienden muy pocos españoles, salvo Maragall y su mariachi. Dicen los politólogos que el procedimiento que se mantiene en España, responda la necesidad de establecer garantías para que las minorías no sean desdeñadas. Y se habla de los partidos turnantes, como cuando en tiempos de Sagasta, de Narváez o de Romanones, verdaderos genios de la política de Juan Palomo, yo me lo guiso yo me lo como. Y así hasta que vinieron los morenos. ... y nos molieron a palos que Dios ayuda a los buenos cuando son más que los malos...