Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

La mujer toma las armas

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VICTORIANO CRÉMER
León

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EN UN LUGAR de las Asturias, o sea como aquel que dice, a la puerta de casa, una señora muy aseñorada, madre de dos hijos, de 10 y de 14 años, en un rapto de furia mató a su marido, de una puñalada asestada en el amplio dispositivo humano donde la espalda pierde su honesto nombre y comienzan los Alpes, que le dejó frío. Y por si había manera de reanimar al desdichado cadáver, fue llevado con presura a que le viera el forense. Este le vió, le miró, le examinó en profundidad y en superficie y se debió decir para su blusa de amortajar: «No hay nada que hacer. A este ya no le salva ni el SAMUR». Y efectivamente el Eduardo García, esposo de Rosa Emma, que así se llaman ambos, murió. Nadie explica cuales pudieron haber sido las sinrazones para zanjar la cuestión que fuere de una cuchillada, pues los vecinos que siempre están para ser testigos de cualquier suceso, asegurando que ellos no han visto nada, pero que tanto el uno como la otra les parecían dos personas muy majas, se limitaron a poner cara de testigos. Y lo teatral de este asunto doméstico o lo que resultare de los informes de la policía y del juez, fue la decisión auténticamente de tragedia griega de rubricar su acción arrojándose por un acantilado en las proximidades del Cabo Peña, de cuya caída, naturalmente ya no se pudo levantar la tremenda señora. El suceso, porque suceso es, dígase lo que se quiera, ha despertado una enorme expectación entre los paisanos de Doña Leticia y ha servido para poner sobre la mesa, además de los cuerpos de ambos cónyuges, la documentación expuesta no hace demasiados días, por la que anunciábamos la importancia de esta tendencia a matar que se está despertando entre la grey femenina. Lo dijimos y lo repetimos: Regresamos a los tiempos heroicos de la mujer con la navaja en la liga, para su defensa personal, en vista de que, pese a denuncias y maltratos increíbles, la Justicia no ha encontrado la manera de poner cerco y cárcel a los malhechores indígenas o recién llegados que parecían persuadidos de tener derecho de pernada y de muerte sobre la mujer. En otro lugar de la Geografía, pero ya al otro lado de Despeñaperros, otra señora a la cual un bicho en forma de hombre había violado a su hija de 13 años, no se anduvo con «tío páseme el río», sino que habiendo obtenido información sobre el paradero del violador, adquirió en la gasolinera más próxima crudo como para asar a un camello y después de rociar debidamente al inadvertido miserable violador, le prendió fuego. También este hecho causó sensación y puso sobre aviso a los múltiples y variados bestias como andan sueltos por la Península a la búsqueda de la mujer desarmada. Esto ya no volverá a repetirse, porque a lo que se comprueba la mujer está decidida a vender cara su vida y su honor, y cobarde que asome por sus inmediaciones, podrá ser repelido. Naturalmente que no somos partidarios de la declaración de la guerra de géneros, sino todo lo contrario. Pero es que ya resulta alarmante la estadística que nos ofrece una relación abrumadora de señoras humilladas y mancilladas por especies inferiores con rostro humano. Y no decíamos, líbrenos el señor, que la mujer debe echarse a la calle para acabar con el enemigo, porque el hombre no puede ser enemigo en ningún caso de la mujer, salvo cuando éste, el macho, entra en estado salvaje.

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