Diario de León

Macho sensible busca hembra

Homosexualidad, bisexualidad, orgías, incesto, bestialismo, y sadomasoquismo existen en el reino animal, al igual que el amor, la fidelidad absoluta y el luto de viudedad

Dos ciervos pelean en la época de apareamiento en un coto de caza del norte de Serbia

Dos ciervos pelean en la época de apareamiento en un coto de caza del norte de Serbia

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Arantxa Prádanos - madridefe | las palmas
León

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Se llama antropocentrismo y, aunque comprensible, es un error intelectual de bulto. Consiste en creer que la especie humana es el ombligo del universo, protagonista exclusiva de conductas y estrategias exitosas de supervivencia en el planeta Tierra. Lo sentimos, no es así. Cualquier comportamiento del «homo sapiens» tiene su trasunto en el reino animal. El sexo, también. «Todo lo que hacemos los humanos en materia sexual, aun lo que nos parece más aberrante o sofisticado, los hacen ellos (los animales) más y mejor». Lo dice Pilar Cristóbal, antropóloga, sexóloga y articulista en También los jabalíes se besan en la boca (Temas de Hoy), un entretenido compendio de curiosidades sobre los más variopintos usos sexuales de los animales. Sin el menor remilgo, con la libertad que da la ausencia de códigos morales autoimpuestos, en el Arca de Noé se encuentra de todo. Caben las orgías, la homosexualidad, la bisexualidad, el travestismo, la masturbación, el incesto, la zoofilia, el hermafroditismo, la violación, el «sadomaso»... cabe incluso la «inmaculada» concepción de los microorganismos rotíferos, sólo hembras que se reproducen por clonación. «El ejemplo más patente de la virginidad que autoconcibe», apostilla la autora. Los humanos ocupamos un lugar de privilegio en la escala evolutiva sexual. Para bien o para mal, hombres y mujeres conjugan todas las variantes antes citadas y otras muchas, sin más límite que las propias inhibiciones, la disposición del compañero o compañeros de juegos y el Código Penal. Sin embargo, un pariente cercano nos supera. El bonobo es el paradigma del sexo sin complejos. El lema «haz el amor y no la guerra» rige la vida individual y colectiva de este gran simio que sólo hace pocas décadas se estudia como especie distinta del chimpancé. Más versátil aún que el «homo sapiens», carente de cualquier prejuicio, ha adoptado el sexo como medio de relación social. Las hembras se masturban entre sí por diversión; hay parejas de machos homosexuales, abiertas al sexo ocasional con hembras, que «adoptan» crías huérfanas o colaboran en la crianza con los grupos matriarcales; las disputas jerárquicas entre machos a menudo acaban en un «vis a vis» cariñosón; los cachorros participan de los juegos eróticos de sus mayores... ¿Primitivos? No. Sus códigos de conducta son muy complejos y aún se acercan un grado más que los chimpancés en el parentesco con el ser humano. Que se sepa, es la única especie, con la nuestra, en la que macho y hembra copulan de cara. Son fascinantes y si aún se sabe poco de ellos es porque su hábitat único, al sur del río Zaire, es escenario perpetuo de guerras. Reproducción y diversión En la Naturaleza, la variedad es la norma y las estrategias reproductivas son tan imaginativas como la propia biodiversidad. Aunque no todo el sexo en el reino animal es procreador. El componente lúdico y social es importante, tanto más cuanto más alto en la escala evolutiva. Los primates tienen sexo por placer, individual o como medio de estrechar vínculos grupales. El onanismo es frecuente; está documentado en felinos, cánidos, roedores y en todos aquellos animales flexibles capaces de doblarse sobre sí mismos. Los rumiantes, con el espinazo rígido, se apañan como pueden. Algunos ciervos se excitan rozando la cornamenta contra la hierba; los burros arrastran el pene contra el suelo, y así muchas otras especies. «Los animales no saben que se reproducen. Sólo los humanos lo hacemos a conciencia, sabiendo que de esa práctica puede resultar un hijo. Los animales tienen ciertas tensiones orgánicas que les llevan a aparearse y al cabo de un tiempo ocurre algo, una cría o camada, o no. Son conductas que están al servicio de la reproducción pero los machos y las hembras no se buscan conscientes de ello», explica Cristóbal. En la Naturaleza, el sexo puede ser una operación de alto riesgo. «Andar metiendo cosas en los otros es superpeligroso», precisa la autora entre risas. Existe el canibalismo, con la mantis religiosa -se come al macho una vez fecundada- como exponente más conocido, pero no único. También la violencia post-coital: más le vale al tigre salir corriendo tras la monta si no quiere perder un ojo del zarpazo que, casi con seguridad, le lanzará su antes sumisa compañera. Entre tanta refriega sexual, también queda espacio para la solidaridad, la ternura y, ¿por qué no?, el amor. Ejemplos de conductas amorosas sobran, casos de animales que mueren de pena tras perder al compañero. Como la viudedad inconsolable del albatros, monógamo absoluto, que jamás vuelve a emparejarse si muere su pareja. O la solidaridad de las elefantas, en duelo colectivo cuando alguna de ellas pierde una cría. Y la adopción de cachorros huérfanos por hembras e incluso machos, a veces de especies distintas. «Cuando son conductas agresivas se tiende a generalizar a todos los individuos de la especie. Cuando son tiernas, solidarias, cariñosas, se dice que es ese ejemplar concreto».

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