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POCOS PÁJAROS hay tan bellos y tan aborrecidos a la vez (bueno, pájaras, pues de pegas hablamos). Las urracas no gozaron de ninguna simpatía entre gentes de campo. Nicolás tampoco les da cuartel. Estuvimos la otra noche hablando de pájaros y, en llegando a la pega, se le calentaron los cañones. No invocó el exterminio, porque Miñambres es civilizado y de ira contenida, pero poco faltó. Las pegas comen a los polluelos de otros pájaros menudos, insiste ofendidísimo, destruyen nidadas, son voraces y carroñeras, ladronas y chatarreras (es el carácter de la urraca; todo para el nido, como si fuera el tesorero de una lista electoral). A las pegas se las dió de siempre perdigón al culo o aniquilación. Le digo entonces que en León era costumbre que aún puede verse el colgar al pajarraco muerto de una rama en el árbol o mata para aviso de navegantas astutas, que lo son; y que en Bélgica lo tuvieron de antaño muy claro, pues el primer domingo de mayo en muchos pueblos, a la salida de misa, se armaba todo la parroquia de escopetas y salían a sus campos atizando mostacilla a las urracas y cartuchazos a sus nidos: que no quede ni una. La población de urracas viene creciendo sensiblemente en estas tierras desde hace veinte años. Crecieron en la misma proporción que la mierda, los vertederos y los yogures podridos que esparcimos por el campo. Así que, a por ellas, Nicolás. Un severo correctivo sí que van pidiendo ya a falta de otros predadores naturales que las mantengan en su cuota y coto. Salvemos las polladas de verderones que son su desayuno; salvemos los huevos de codorniz que tanto tarda en descubrir, salvemos algunos trinos de jilguero, aunque venga el Seprona con el código tieso por perseguirlas hasta que les huela el timón a pólvora. Lo curioso es que pudiéndose cazar en la media veda de la codorniz -junto a la chova, la graja y otras especies-, jamás vi cazadores persiguiendo a esta pájara escurridiza. ¿Por?... No son de cazuela. Y ahora hay también urracas de ciudad, pegas urbanas, lo que jamás se vio. Andan no sólo por parques y jardines, sino en cualquier calle donde haya algún desperdicio, una carroña. Se suman así a esa otra horda de ratas con plumas que son hoy las palomas.