Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

Medallas para la democracia

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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EN LEÓN existen grupos, incluso numerosos, que rechazan una medalla como signo de admiración, como medio para expresar la gratitud y como atributo de la honradez. Con al genialidad ni se cuenta, porque de antemano y respondiendo a no se sabe qué fundamentos, para estos grupos que decimos la genialidad no existe. Cuando se produce el ser excepcional se atribuye a la influencia o a la trampa saducea. En León las únicas que se atribuyen son las que se conceden al militar después de la batalla y muerto el combatiente, como decía Vallejo, o al fiel devoto del santo de la devoción general. Y cuando, en un alarde de generosidad alguna de las representaciones principales de la nación o de la Diputación, o de la municipalidad y más excepcionalmente de la Junta de Castilla y León o de la autonomía, decide proponer para la concesión de esta o de la otra medalla o diploma, inmediatamente, como cobra de la Amazonía salta el opositor, el contrario, el desafecto, el antagónico, el receloso, el envidioso y el resentido inferior, que presenta la batalla de la oposición. Porque según su personal manera de entender los méritos del prójimo, todo aquel que sobresale del común, al cual él pertenece, no debe ser destacado ni con medallas ni con premios tangibles, pues entiende el tal que la exaltación del prójimo implica el descubrimiento de su mediocridad. Frente a la tendencia hacia la gratitud y el reconocimiento, el receloso, el intrigante mediocre, el que nunca llegó a nada digno de ser mencionado, solicitara a gritos su derecho a oponerse, a rechazar el gesto, a poner en tela de juicio la justicia de esta forma de entender la convivencia. En este León, nuestro, no diremos que digamos pero tampoco digamos que digamos, porque haberlos haylos, el caso es dar con ellos y descubrirles. La última demostración de estulticia y ramplonería le ofreció al parecer el equipo de gobierno del Ayuntamiento de León oponiéndose a la concesión de la Medalla de Plata de la Ciudad destinada a los miembros de las corporaciones democráticas y los presidentes de tres juntas vecinales, así como la atribución del título de miembro honorario de la corporación a los alcaldes que han ocupado sillón en el consistorio. No hace demasiado para que el olvido hubiese borrado piadosamente la demostración recelosa de algunos individuos dispersos por los rincones, cuando la excelentísima Diputación de León intentó también corresponder a los méritos de alcaldes presidentes y presidentes jubilados con medallas de plata y oro, saltó el intrépido aldeano vulgar, maestro en el juego de la política de encaje, para oponerse. Y aquel acto de obligado reconocimiento se frustró para siempre, como ahora se hunde en el descrédito provocado por los intransigentes resentidos este noble gesto de gratitud y de admiración. ¿Es que acaso nos cuesta tanto a los leoneses reconocer los méritos de nuestros hombres y mujeres más emblemáticos? ¿Es que los tales impedidos mentales no acaban de entender que por el procedimiento de negar el pan y la sal al vecino no conseguiremos nunca una convivencia leal y eficaz? ¿Es que será de aplicación obligatoria para los leoneses de la reserva la aplicación de aquella señal de identidad que subrayaba que los leoneses hacemos los hombres para tener después el placer de deshacerles? Aquí viene a cuento lo de mi tío el de Laguna; ¡joer, que paisanaje!

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