CORNADA DE LOBO
No hay con quién
CAZÓ LA PERRINA. A eso la saqué por esta rastrojera de letras. Días atrás se contaba aquí una ficción sobre un presunto viejo vecino que tuve al que presenté como huraño, enriquecido de fortuna mejicana, provinciano y fortificado en un pedazo chalé en el que atesoraba arte y riquezas en un bunker y cámara blindada que se había construído bajo su vivienda. Lo pinté como pardillo que eludía a la burguesía cazurra y capitalina sin integrarse en las células sociales o empresariales pese a su volumen de negocios, volviendo puntualmente cada día a su fortaleza tras atender sus empresas. El tipo que dibujé no existe, obviamente, aunque alguno especulara con saber quién podría arrimarse al retrato, a pesar de ser justo lo contrario quien fue agraciado con la sospecha: afable, de escrupulosa seriedad en sus tratos profesionales, presente en sociedades y organizaciones patronales y con gran abanico de relaciones. Más de uno dio por cierto el relato. Y al menos tres peces gordos o semigordos se interesaron por el personaje, al no identificarlo yo en esta columna. Estuvieron pesquisando mis sucesivas residencias por ver si por sus cercanías averiguaban algo del enigmático dueño de tanto capital. Y patinaron. No encontraban. Me enteré de esto por un funcionario que puso oreja al cuento. Sólo uno de estos tres se dirigió a mí después columpiándose en su condición de pariente lejano, de esos que sólo los ves en entierros de familia y en ocasionales cruces de acera solventados con saludo distante (creo que esta ha sido la vez que más palabras cruzamos). ¿Quién es ese tipo?, me insistió. Ese pariente tuvo negocios prósperos, partió mucho bacalao, caciqueó en organizaciones patronales y hasta le dieron una vez el título de empresario del año de no sé dónde. Hoy, las desganas y los hijos desguazaron las empresas que él ya dejó abolladas o liquidadas. Y debió pensar que el tipo que retraté era un buen mirlo blanco, una posible víctima de sus artes (hablando de negocios es un delirios y un seductor; pilló a uno de Ponferrada hace cinco años y le desolló rentas y ahorros). Mi personaje ficticio se refugiaba en su opulencia y en su «solos podemos». Después de lo visto y ante la catadura de tantos «empresarios» cazurros de trato y cazo, ahora diría desconsoladamente «no hay con quién».