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LITURGIA DOMINICAL

La cizaña y la tolerancia

Publicado por
JOSÉ ROMÁN FLECHA ANDRÉS
León

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HACE tres semanas un diario nacional incluía en la última página una columna sorprendente. La autora describía la España de la democracia como el paraíso mundial de la tolerancia. Pero, de pronto, arremetía con una violencia horrorosa contra un profesor universitario del que se burlaba una y otra vez, convirtiendo su nombre personal en un insulto. Este es un ejemplo bastante frecuente de lo que se suele entender por la tolerancia. Se invoca esta virtud como el nuevo dogma del relativismo. Pero quienes lo predican no dan ejemplo de tolerancia con las personas o los grupos que discrepan de sus ideas. Esta actitud polariza los juicios sobre el gran atentado terrorista de Madrid o el «referéndum» sobre el proyecto de la constitución europea. La intolerancia envenena la crónica de las imposiciones políticas y las manifestaciones ciudadanas contra tal o cual medida. Evidentemente el cardo de la intolerancia puede nacer en un jardín sociopolítico y en el de los vecinos, en una autonomía o en otra, en un grupo nacionalista o en el otro. No se discuten las ideas, se condena y ridiculiza a quien las sustenta. Intransigentes e indiferentes La sintonía en los criterios éticos es tan imposible como la uniformidad en los comportamientos morales. Pretender que todo el mundo piense de la misma manera es el recurso con el que los tiranos tratan de enmascarar su miedo a la diversidad. El sueño utópico de la limpieza universal es admirable, pero peligroso. En las comunidades cristianas primitivas hubo quien pretendía que sólo los intachables podría formar parte de las mismas. En ese contexto, había que recordar la parábola evangélica del trigo y la cizaña. Algunos criados sugieren a su amo la necesidad de arrancar inmediatamente la cizaña. Pero el amo teme que al arrancar la cizaña arranquen también el trigo. No es fácil controlar a los controladores. Así que es preferible que el trigo y la cizaña crezcan juntos hasta el tiempo de la siega (Mt 13, 24-43). La parábola no da la razón a los intransigentes, que quisieran terminar inmediatamente con el mal. Pero tampoco se la da a los indiferentes, que ya no ven diferencias entre el bien y el mal. A unos y otros nos enseña que no somos los jueces definitivos de la historia. Realidad y etiquetas La parábola del trigo y la cizaña supera las dificultades de la tolerancia y la intolerancia remitiéndonos a un futuro juicio de Dios. Entonces, «los justos brillarán como el sol en el reino de los cielos». - El bien y el mal no se confunden. No es verdad que en el ámbito de los valores «todo vale». No es nuestra libertad la que genera los valores morales. La cizaña no se convierte en trigo porque le cambiemos de nombre o porque las leyes le concedan un lugar en la sociedad. La realidad es más terca que nuestras etiquetas. - Pero nuestras etiquetas no nos dan derecho a destruir la realidad. Porque nuestros juicios son provisionales e inciertos. Todos podemos equivocarnos y arrancar el bien cuando pretendemos arrancar el mal. Es preciso remitir nuestros juicios al único Juez justo. Evidentemente la misericordia es mejor que la simple tolerancia. - Señor Dios, que sembraste buena semilla en tu campo, ayúdanos a dar el fruto bueno que esperas de nosotros. Ten misericordia de nosotros y enséñanos a juzgar con misericordia a todos nuestros hermanos. Amén.

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