Cerrar
Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

Creado:

Actualizado:

POR FAVOR: no interponer ustedes la frase que encabeza o descabeza este comentario como una apelación para el debate nuestro de cada día. No queremos, no intentamos sugerir que la mujer, en su estado actual de producto preferente de la sociedad, esté a la venta. Cuando un señor o una señora, por razones de muy difícil entendimiento se ponen a la venta, adquieren otra titulatura. Y no digamos cual puede ser ésta porque nuestro propósito es más bien social: pretendemos enderezar la atención de mujeres, de hombres, de los unos y de los otros, hacia el fenómeno que inevitablemente se produce así que llega el verano: las rebajas. Así que se anuncia la fórmula comercial de vender restos en esta especie de mercadillo a mitad de precio, las gentes, especialmente las señoras, entran en estado de buena esperanza, y avisados por la vecina, corren a ocupar el puesto «que tienen allí». Las señoras más previsoras, madrugan, como para obtener un puesto especial para una actuación en forma de concierto a cargo de ese señor que da en apellidarse Bisbal o cosa parecida, y al toque de la campanada que anuncia la apertura del espectáculo, docenas, centenas y en algunos lugares más poblados, millares de señoras de todo tipo, figura y formación intelectual, se sitúan ante las puertas de los comercios, de la industria o del chiringuito de la playa que sea, y allí esperan a la voz de «ahora o nunca». La masa humana retenida rompe los muros de carne y hueso que la impiden el avance sobre el artículo previsto y deseado y se precipitan hacia los mostradores donde se hacinan los efectos objetos del deseo. Los asaltantes -hombres, mujeres, niñas sin graduación y chicos pijos- apenas si examinan lo que consiguen conquistar con sangre, sudor y lágrimas y gritan, discuten, defienden sus rapiñas, hasta que consiguen lo que fuere. No importa que esto que tienen entre las manos no les reporte demasiados beneficios ni les provoque exaltaciones éticas o estéticas. Lo que importa es conseguir en esta pelea alguna prenda que le pueda servir para alardear ante la vecina: «Esta blusa la conseguí en las rebajas, fíjese usted, doña Fidela, con lo cara que se está poniendo la vida». Y llega a casa, y despierta al pacífico esposo y le obliga a que contemple la nueva blusa, convertida en trofeo triunfal. Todos los años se promueve el mismo ceremonial, al que las ávidas señoras de las rebajas acuden como las moscas al clásico panal de rica miel. Y todos los años, las previsoras señoras nuestras y suyas dejan sobre los abundosos mostradores centenares de millares o de millones, de euros según vengan o soplen los vientos, que sirva para poner en evidencia el coraje de las señoras y de muchos jubilados que no tienen otro quehacer que asistir a esta película de acción que son las Rebajas. Y lo perverso del acontecimiento es que al final de la representación, cuando ya se han disipado los clamores, comprueban las apasionadas clientes de las rebajas, que precisamente de rebajas no tienen apenas nada y que la declaración de esta forma de estado de beligencia entre los seres humanos, solamente son habilidades, subterfugios, manipulaciones establecidas y aconsejadas por el márketing y que para encontrar chollos hay que viajar a China.