Calle a un pionero
El Ayuntamiento de León bautizará uno de los nuevos viales de la urbanización de La Lastra con el nombre de Senén Blanco, uno de los mejores ciclistas leoneses
Aquel rodillo de madera en el portal de la casa familiar de Garrafe de Torío. Raca-raca. Otra pedalada vegetal más. Otra frontera salvada en el catón de las primeras décadas del pasado siglo. Hacía frío afuera. El arado cursaba el surco. Había que quitar el hielo al campo para sacar fruto, para encontrar bajo la tierra lo que no había encima. Pedal a pedal, escapó de la siembra del campesino por las carreteras del mundo porque prefirió la dureza de la bicicleta a la que vio sobre los hombros de sus padres. Llegó a las calles de las ciudades donde Gilda cantaba más allá del No-Do -ese pequeño español-, y dejó una chincheta en cada uno de los sitios en los que estuvo: nueve veces Campeón de España de fondo, ganador de las vueltas a México y Chile, dos veces campeón del mundo en Austria..., tantos puertos de aquellas carreras que se llamaban Campeonato de Francia o Italia, cuando se corría por selecciones nacionales y sus compañeros eran Langarica o Bahamontes. Muchas montañas, muchas metas para llegar a conseguir que el Ayuntamiento de la capital leonesa -a propuesta de Javier Chamorro, portavoz de la Unión del Pueblo Leonés- bautice una de las calles del municipio con el nombre de Senén Blanco, que estará localizada en uno de los espacios que quedarán por estrenar dentro de la urbanización de La Lastra. Quizá en esa calle pueda nacer una tienda de bicicletas como la que mantuvo Senén Blanco en el número 26 de Suero de Quiñones, hasta que el derribo del edificio liquidó catalinas, piñones, tubulares y 44 años de magisterio en un local que se había convertido en centro de referencia para aprendices, ciclistas, curiosos y aficionados del pedal. «Esta puerta está abierta para la gente. Digo yo que quien viene es que está a gusto», señalaba dos semanas antes de echar el candado y cegar para siempre la imagen de bienvenida que se veía nada más rebasar la entrada: en las duras rampas del Stelvio, durante el Giro del año 1953, en el que el ciclista de León formó parte del combinado nacional, Fausto Coppi cedía un bote a Gino Bartali, su rival máximo para conseguir la maglia rosa. Era la filosofía de un deporte resumida en un clic de cámara fotográfica, que había conseguido condensar lo que vio el leonés entre golpes de pestaña y riñón, cuando a la montaña para tratarla de tú había que ponerse de pie. En esas mismas puertas que no cerraron hasta el último día, en las primaveras y veranos era frecuente encontrar las siluetas de peregrinos belgas, llegados con bicicletas valonas y portabultos, que traían recuerdos de «un tal Van der algo» que había corrido con Senén, o ciclistas jóvenes del norte de la península que dejaban recuerdos de un amigo con el que había compartido sitio en el pelotón el leonés. Pequeño y fibroso, de la hebra que prende en las carnes que tienen mucho que enseñar porque supieron sufrir, todavía porfía con la bicicleta a escondidas. Para el dardo de sus ojos vivos sobre los pedales que acompañan a cada lado el cuadro, las dos ruedas y la cadena e imagina. Aquel rodillo. Quizá madera de roble.