Diario de León

LITURGIA DOMINICAL

De mercadillos y rastros

Publicado por
JOSÉ ROMÁN FLECHA ANDRÉS
León

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EN ROMA nos gustaban tanto los puestos de adornos navideños que se montaban en Plaza Navona como el mercado de Puerta Portese, donde se podía encontrar de todo. A mucha gente le encanta recorrer los mercadillos y los «rastros». Los más adinerados frecuentan las tiendas de antigüedades y las mejores subastas del mundo. Todos andamos a la búsqueda de algo. Y no siempre lo que buscamos tiene un gran valor para los demás. Sólo a nosotros nos interesa un periódico del día en que nacimos. A veces no tenemos la idea exacta de lo que buscamos, pero cuando lo encontramos, nos damos cuenta de que esa peana vendría bien para una imagen que tenemos en el salón. Lo que para los demás es indiferente, para nosotros puede ser un tesoro. Pero otras veces, lo que buscamos nosotros, es buscado por todo el mundo. Ese objeto del deseo general es mucho más difícil de encontrar y nunca será una ganga barata. El tesoro y la perla El evangelio, que tantas veces refleja la vida y las apetencias de la gente, nos habla también de estos hallazgos. Jesús compara el reino de Dios con un tesoro escondido en el campo: «el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo». Compara también ese reino con «un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra»(Mt 13, 44-52). La primera parábola parece fijarse en el objeto «encontrado» al azar, y la segunda en el sujeto que «busca» de propósito. Pero la lección es una y la misma. El hallazgo de algo, que nos satisface de verdad, hace que lo antepongamos a todos lo que teníamos. Lo encontrado es tan importante que relativiza el valor de todo lo poseído previamente. En este caso, lo encontrado es el reino de los cielos: una expresión muy hebrea para evitar el nombre de Dios. La persona se encuentra con Dios mismo, es decir, con su gracia y su cercanía, su salvación y su misericordia. Quien le encuentra a él no ha de lamentarse por las minucias que ha de entregar para conseguirlo. Dios no nos empobrece, sino que plenifica nuestra búsqueda. Dejar para adquirir Las parábolas del tesoro y la perla subrayan dos pares de acciones y reacciones que resumen toda la aventura de la fe y la conversión. - El hallazgo y la alegría. Buscar el rostro de Dios o hallar un lugar de descanso junto a Él: ésa es la fuente de la verdadera alegría. Jesús sabía bien que donde está nuestro tesoro está nuestro corazón. Y nosotros sabemos cuánta diferencia hay entre las satisfacciones que se nos ofrecen y la alegría que puede llenar nuestra vida. - El desprendimiento y la compra. Encontrar al Dios vivo lleva consigo la decisión de abandonar a los ídolos que «tienen ojos y no ven, tienen orejas y no oyen». Desprenderse de algo siempre cuesta, pero desprenderse de algo que no vale para adquirir lo que hace preciosa nuestra vida, no es una pérdida sino la decisión que nos libera. Señor Jesús, que nos has revelado el valor de Dios y de su gracia, ayúdanos a aceptar con alegría y generosidad su presencia en nuestra vida. Amén.

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