Diario de León
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LUIS ARTIGUE
León

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«NACIÓ CON EL divino don de la risa y convencido de que el mundo estaba loco» escribió Terenci Moix en No digas que fue un sueño. Cierto, la risa es un don que conceden lo dioses y que ayuda a ver el mundo. De hecho les confieso que hubo un tiempo ya lejano en que la cualidad que yo más apreciaba en una persona era la belleza, pero eso pasó; luego fue la inteligencia e igualmente me fui dando cuenta de que tampoco era la inteligencia luminosa ninguna panacea. Ahora mismo la cualidad que más admiro en alguien es la alegría pues en la persona que tiene grandes dotes para la alegría con frecuencia, si sabemos mirar, podemos advertir también inteligencia y belleza. Rafa Guerrero, pelo ensortijado, ojos negros, piernas de gladiador, maneras que provocan desconcierto, posee esa alegría magnética que sintoniza el cuerpo con el alma acompañada de cierta mala hostia que imprime carácter. Leonés cosmopolita, juez de línea internacional de fútbol de élite, persona reclamada por los medios de comunicación y las agencias de publicidad y envidiado hombre de éxito, sorprende en el trato corto por su espíritu radiante y su visión del mundo. Todos tenemos mucho que aprender de las personas que, cuando llegan a una cima, son capaces de mirar desde allí el mundo y conmoverse ante los desamparados. Es como si, mediante sinceros gestos repletos de humanidad, reconocieran que todos los seres humanos somos iguales en dignidad y lo que nos diferencia es a menudo la suerte, el otro don divino, la ruleta rusa universal. Por eso cada vez que un profesional con repercusión mediática se compromete de verdad con alguna causa justa -la del pueblo saharaui y el tercer mundo en el caso de Rafa Guerrero- no sólo nos da una lección humanitaria sino también y sobre todo una lección humana. ¡Ciertamente la única jerarquía admirable es la jerarquía del espíritu! Y dicho compromiso vital -qué bueno- a Rafa Guerrero no sólo le ha llevado a aportar su imagen e influencia en favor de esas causas sino que incluso ha acogido como parte de su familia a Jalil, saharaui, ampliando así los horizontes, las posibilidades y la vida de alguien a la vez que amplía sus propios horizontes, sus posibilidades y su vida. Y eso, en la feria de fanatismos, sobreactuaciones y mercadería que con frecuencia es el fútbol, constituye todo un ejemplo. Rafa Guerrero, con su talante y su alegría a cuestas, podría confundirse con un personaje de cómic cuando conduce cierto coche suyo que parece de juguete. Y encima es tan descarado como la gente feliz que va por la vida diciendo la vedad pues siempre parece que es de broma. Rafa. El fútbol. No me toques las pelotas. Por sus actos les conoceréis. Hay ángeles entre nosotros pero o nos pasan desapercibidos o los tenemos envidia. En esta sociedad nuestra en la que parece que los iconos y referentes son modelos calentonas de la prensa rosa, simpáticos políticos corruptos, cantantes con la inteligencia justa para pasar el día, hijos de papá, videntes, señoras casadas díscolas que cuentan sus polvos en un reality show y folclóricas de la tercera edad que se emparejan con chulos del Malecón de La Habana, bien está fijarse en la gente normal, divertida, comprometida; en la gente cuya pequeña pero importante presencia hace el mundo soportable y la vida diaria apetecible. Hay un cuento del Mahabharata que describe un mundo utópico en el que, cuando una persona se encuentra con alguien que le hace reír o pensar, tiene que darle una moneda. Pero yo, querido Rafa, como nunca llevo suelto por tanto aparcar en zona azul, para saldar mi deuda hoy te he pintado este retrato. ¡Qué la fama te trate dignamente!

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