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VOMITÓ días atrás la tele dos pelis como dos guantazos que reavivaron un anteayer mal enterrado. Una era «La grand boufe», le cinemá de la gauche divine; la otra «Hay que educar a papá», otro peñazo más del cine de la droite derechona de aquí que se reía a mandíbula batiente con Paco Martínez Soria y regodeaba el ojo hambriento con las jatas y tordas que acompañaban al cómico en sus repartos. «La gran comilona» era película de tesis, obligado peregrinaje del progre cultivado en Alianza Editorial al santuario de los simbolismos de Marco Ferreri, cuyas jatas y tordas siempre tuvieron más chicha en la espetera, más sustancia y menos bragas, cosa que no cabía en el cine nacional, ni siquiera en estas «españoladas» donde el sujetador de Esperanza Roy se convirtió en icono doble de cúpulas que no eran cópulas y ocultaciones que sí lo eran. Ambas películas tienen treinta años en su pellejo y tecnicolor degradado. Lo fascinante de ambas no es el espantoso ridículo que tantas veces nos causa mirar atrás, o sea, mirarnos, sino el tremendo parecido que muestran con los estampados, gustos y estéticas eufóricas o disparatadas de este hoy nuestro tan lleno de lacas y gominas churretonas para raperos esculpidos. Ahí están los mismísimos colores chillones de ahora, los mismos cuellones de camisa travoltona, solapas de purísima horterez, peinados de molde, faldas chirriantes (tan cortas, tan cortas, que no se les ve el coño por los pelos). En todos estos pesebres del anteayer beben, fusilan y mal copian los agudos diseñadores de estos gustos imperantes. Aquí están de nuevo el polo rosa de cuello cisne de Michel Piccoli o la falda de color naranja mirinda de Helga Liné. Películas como esta debieron suponer gran impacto en el subconsciente que hoy sacan a relucir los dictadores de la moda sin ningún tipo de pudor o mínimo respeto a lo que estaba enterrado. Fueron pelis que dejaron algo siniestro escrito en la infancia y adolescencia de quienes hoy mangonean trapos y traperías o ese cine de caspa y fosforito con trapos gagás y decoración de papel pintado que tanto pirra a Almodóvar. Hay que ver. El viaje al futuro se nos quedó muy corto, porque al futuro le siguen haciendo nacer en el pasado. Y así no hay quien ande palante.