Diario de León

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HOMBRE come hombre. Es principio universal. Bicho come bicho. Es lo que manda en el campo y en las aguas. Planta devora planta... Este no es el planeta de los simios, sino de los caníbales. A comerse todos. Disimulo y dentellada. Los dioses se inventaron por ver de romperse esta norma, el dictado imperativo. Y los dioses acabaron comiéndose entre ellos. De muchos de ellos no queda ni rastro, ni polvo, ni humo. Pero los demás que siguen vivos están a lo que están, tal que a la bronca, devorándose también, Mahoma ladrando al perro infiel, Jehová escupiendo fuego de azufre, Dios escapando por los túneles del metro de Londres... Buda tumbado. Dioses con canana. Comentaba el otro día Raúl del Pozo en la tertulia las barbaridades que se han perpetrado a lo largo de la historia en nombre de las religiones. Ni una se salva; ni siquiera la hinduísta, tan modosa ella y tan comulgante con la no violencia. Y dijo Raúl que habría que llevar a todas las religiones ante un tribunal internacional para que dieran cuenta de sus crímenes contra la humanidad o, al menos, pidieran disculpas por las fechorías, hicieran propósito de enmienda, exhibieran un dolor de contricción aunque fuera hipócrita y corrigieran su rumbo, porque en vez de ir adelante, en este mismo momento cada dios está retrocediendo a sus trincheras de siempre... a cagarla otra vez a zambombazo limpio. Y va a resultar que todo este pifostio pueda concluir de la misma forma que Javier G.P. resumía el corro de aluches de Vegas en otra crónica inteligente del genial Ful: «Zumban hostias en todas las direcciones»... Pues bien: Tal que así, el planeta. Uno nunca sabrá de dónde puede venirle el tiro en la nuca o el cañonazo. A lo peor viene Alá montado en el mortero o es misil regado con agua bendita de la catedral de san Patricio. Pero esos misiles no salen jamás de una basílica o de una mezquita, sino de un banco. Piensa: El dios más dios que está por encima de todos los dioses es el divino Dinero, con mucha mayúscula, el que manda en todo. El dinero es la madre de todas las guerras y por eso nos arrodillamos ante él, especialmente cuando lo escondemos bajo la baldosa donde ocultamos nuestro cerebro y nuestras fantasías de caja «b». De ahí la expresión popular «cagüendiosla».

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