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FEO asunto. Antes de verse descabalgado por una moción de censura producto del mismo pacto espúreo que le instaló en la gobernación municipal de la urbe cazurra, Francisco Fernández afiló el lápiz de las cuentas y sangró los presupuestos contratando como «funcionarios interinos» a treinta y nueve trabajadores que entraron en el untamiento por la gatera del favor, de la confianza amiga o vaya usted a saber por qué más razones, entre las que no asoma en ningún caso la decencia política, la legalidad escrupulosa que se exige para la provisión de plazas públicas o la pulcritud democrática (esa con la que el político se llena la boca, pero después destierra de su despacho y de la trastienda de las decisiones). Ahora, el Consejo Consultivo autonómico ha declarado nulo el decreto de la alcaldía que untó con vaselina esta penetración -también algo espúrea- de un pilón de gentes que, si fueran uno más para llegar a cuarenta, evocaría automáticamente a Alí Babá. Revés y bofetón viene a ser este dictamen; «Los nombramientos de personal interino realizados por decreto de 30 de noviembre de 2004 se llevaron a cabo sin que las correspondientes vacantes dispusieran de dotación presupuestaria suficiente, sin justificar, respecto de ninguno de los nombramientos contenidos, ni la necesidad, ni la urgencia existente en la prestación de los respectivos servicios, ni tampoco la imposibilidad de que los mismos puedan ser llevados a cabo por los funcionarios de carrera, así como la ausencia de convocatoria pública con respecto a los principios de mérito y capacidad». Pero se contrataron. Por decreto y por buebos. Paga el común. ¿Será por dinero? Mis amigos son mis amigos. Faltaría más. A mí me echan, pero «a vusotros vos dejo colocaos». Debería suponerse que este dictamen-bofetón inhabilitaría a quien perpetró la tocinería. No es el caso. En decencia democrática debería dimitir, supone uno. Esto, aquí y en Lima, es pura corrupción. Y dictadura, prepotencia de cargo. Si no eran necesarias esas plazas, ¿a qué se clavaron con puntas al desollado erario público? Roma no paga traidores, pero los untamientos sí recompensan el amiguismo, la cuerda, la mi trinchera. ¿Acaso no hacen los demás lo mismo? Pues entonces vale, decrétese, debió decir Paco Poco, «el efímero»... y olé mis buebos.