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Publicado por
CÉSAR GAVELA
León

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LA IMAGEN, de 1932, la vi en la exposición «La República de las letras en la República Española» que organizó el Ayuntamiento de Madrid en el otoño de 1980. El marco es un bar taurino de la capital, y en la imagen aparecen Luis Cernuda -de pie, con sombrero-, Vicente Aleixandre -jugando con una pajarita de papel, sentado-, Federico García Lorca -sonriente, de perfil, como saludando a alguien que no sale en la foto-, Pedro Salinas -pulcro, distante, también de pie y con la gabardina doblada sobre el antebrazo izquierdo-, Dámaso Alonso -acodado en el velador, levantada la cabeza para la pose-, y Manuel Valseco. Al ver la foto supe que Ramón Cancela no se había burlado de mí seis años atrás, cuando me contó la historia de Manuel Valseco. Para entonces Ramón Cancela era un opositor veterano, había cumplido los treinta años y probablemente ya intuía que nunca iba a ser capaz de conseguir un despacho de funcionario. Estudiaba poco, cada día le costaba más hacerlo y se tiraba las horas escuchando óperas o leyendo libros de poesía española. Su libro favorito era la «Desolación de la quimera», de Luis Cernuda. Ramón Cancela, que vivía en una fonda de la calle Reina Victoria, tenía un cartel de María Callas sobre la cabecera de la cama. Yo estuve en su cuarto varias veces a finales de 1974, y en una de ellas fue cuando me habló de Manuel Valseco. Había nacido en Ponferrada en 1899. Unos quince años después, su padre, que era notario, librepensador y antiguo alumno de Julián Sanz del Río, lo envió interno a la Residencia de Estudiantes, en Madrid, y allí conoció y trató Manuel Valseco a todos los grandes poetas de su tiempo; a los de la foto de la exposición y también a Rafael Alberti, a Manuel Altolaguirre, a Jorge Guillén, a Emilio Prados y a Gerardo Diego. En 1919 Manuel Valseco empezó a colaborar en los periódicos literarios de la capital, y uno de sus artículos más celebrados sería el que dedicó a su coterráneo Enrique Gil y Carrasco, que también fue vecino de Madrid y aspirante a su gloria literaria tanto tiempo antes que él. Según me dijo Ramón Cancela, en ese artículo Manuel Valseco narraba sus peripecias por Madrid tratando de averiguar en qué casas había vivido Enrique Gil y Carrasco y qué amistades había frecuentado. Al parecer, Manuel Valseco contaba en su artículo que había albergado la ilusión de que alguno de aquellos amigos de Enrique Gil aún viviera. Calculó que el autor de «El Señor de Bembibre» bien podría haber tenido uno o varios compañeros más jóvenes que él, y que rondarían los noventa y cinco años de edad si aún continuara vivos en el tiempo de aquella búsqueda. Me dijo Ramón Cancela (cuando yo no le creía) que Manuel Valseco recorrió todos los asilos de Madrid, que saludó y expuso los motivos de su indagación a muchos ancianos que vio por la calle, que visitó las oficinas municipales del censo y que inquirió datos en parroquias y comisarías. Todo lo que pudo encontrar, sin embargo, no fue otra cosa que silencio, dudas, polvo y nadie. En 1926 se inauguró en la plaza de la Basílica de Ponferrada un monumento en honor a Enrique Gil y Carrasco. Ramón Cancela me contó que Manuel Valseco volvió entonces a su ciudad natal y que fue uno de los oradores del acto. Acabado éste, un anciano que vestía levita de Amberes y sombrero hongo tomó del brazo a Manuel Valseco y le dijo: Yo conocí a don Enrique Gil y Carrasco. Han pasado más de ochenta años, pero me acuerdo de él perfectamente. Cuando estuve a verle, en Madrid, días antes de su viaje a Berlín, me dio esta carta. Es para usted. «Para el hombre que hable en mi homenaje» es lo que reza el sobre, ¿lo ve?; y hasta hoy no le llegó la ofrenda que tanto mereció. Creo que ya puedo morir en paz».

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