CRÉMER CONTRA CRÉMER
¿Quién quema el monte?
YA NO VALE JUGAR con alusiones humorísticas por si cuando el monte se quema, algo suyo se quema, señor Conde, porque la verdad es que lo que se está convirtiendo en cenizas no es solamente el monte del señor Conce sino la España de todos, desde el Andalus morisco hasta las quebradas castellanomanchegas o las frondas románticas de la Cataluña de Verdaguer. Se supone que quienes están obligados a preocuparse directamente de los quebrantos que salpican la historia contemporánea de España, se darán cuenta de que se nos está quemando España. Ya no se trata de pensar, de soñar, de lamentarse de aquella España nuestra que amenazaba con helarnos el corazón, sino acaso todo lo contrario: Nos encontramos cercados, acosados, amenazados por las llamas, por el fuego insaciable y verdaderamente cruel, por el tremendo espectáculo de la Patria condenada a la hoguera como en los tiempos de la Santa Inquisición. Y el pueblo aterrado, hundido en el más absoluto desánimo, ya sin saber a qué santo encomendarse ni a quien atribuir esta condenación bíblica, ni llora ni se desespera. Calla como los muertos y confidencialmente pregunta: «¿Quién quema España? Por lo que no cabe duda, lo que obliga a una posición de suprema atención es la consciencia de saber que el fuego no se hace solo, que las hogueras no se producen por el rayo, que la agresión miserable de las llamas persiguiendo cuanto significa vida, no se debe ni a la pertinaz sequía solamente ni por supuesto al comunismo. Alguien está destruyendo el país. Y los sagaces inventores de las justificaciones aseguran que tiene nombre, que evidentemente el culpable es el viento y la brasa que quedó latente después de una reunión familiar alrededor de una barbacoa. Se sabe que la mayor parte de estos negros accidentes está provocado. Y hasta se sabe por quién y para qué. En España, siendo el año de desgracia del 2005 las llamas llevan abrasando el llano y el monte, semanas enteras. No disponemos ni de normas, ni de reglamentos, ni de Leyes que tengan previstas estas hecatombes o si existen no se emplean a su debido tiempo, ni los hombres previstos para la batalla son suficientes. Y los pocos que aparecen en las filas combatientes, acaban pereciendo rodeados de llamas, carbonizados, como condenados al infierno del Dante. Alguien está quemando España y el gobierno tiene la obligación de saber quién es el malhechor y la responsabilidad de someterle a los efectos del Código Penal. España es un país rico. España aparece ya en el grupo de los pueblos capaces. España acoge generosamente en sus censos a millones de inmigrantes. ¡Aleluya! Pero España no cuenta con los medios suficientes para evitar que las llamas cerquen en una quebrada del paisaje doliente a once hombres de España y acaben calcinados. Guadalajara en su llanto, y España en su amargura... Nadie, ni el más afecto políticamente a lo que fuere, va a cometer la avilantez de culpar a quien gobierna de esta fatídica desgracia. Ni cabe tampoco argumentar que la culpa fuera de aquel maldito tango al que nos entregamos en ocasiones de alborozo embriagador. Pero no se puede evitar que hasta los tronos, los estrados y los escaños llegue la voz del pueblo que pregunte: ¿Quién quema España?