Diario de León

PANORAMA

Las fuentes del terrorismo

Publicado por
ANTONIO PAPELL
León

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TRES días después de los terribles atentados madrileños del 11-M, dio realce aquí a un debate teórico sobre la relación entre la guerra de Irak y el terrorismo islamista. En los diversos análisis efectuados, se han manejado argumentos a favor y en contra de este vínculo: los fundamentalistas habrían cometido la masacre para cambiar el signo del Gobierno, tras la alineación del Ejecutivo de Aznar con Washington en la invasión iraquí; Al Qaeda habría ejecutado su acción homicida para castigar a España por aquella implicación; los seguidores de Bin Laden estarían sencillamente empeñados en agrietar la civilización occidental, que se fundamentaría en valores incompatibles con el islamismo... La polémica entre tales afirmaciones, en parte contradictorias, sigue abierta, y ha resurgido tras la entrevista entre Zapatero y Blair: el presidente del gobierno español ha asegurado que la oleada terrorista que padece Londres es independiente de la guerra de Irak, que la amenaza del terrorismo islamista es global y que nadie está a salvo de semejante furor. Parecería, pues, que Zapatero se ha adherido a la posición de Rajoy, quien a su vez mantiene la tesis de Aznar según la cual «todos los terrorismos son iguales» y, además, no cabe establecer relación alguna de causalidad: en todos los casos, el impulso homicida es irracional y por tanto ideológicamente neutro; de donde se desprendería que indagar sobre sus motivos de los terroristas sería tanto como transferir la responsabilidad de las atrocidades a las víctimas. El caso de ETA resultaría paradigmático: el terrorismo vasco ha cometido casi un millar de asesinatos sin que la organización independentista pueda alegar justificación alguna, ni socioeconómica ni política. El asunto no es simple y se enmarca entre dos evidencias que, aunque puedan parecer discordantes, no son en modo alguno incompatibles. Limitando el análisis al terrorismo islamista, resulta que Al Qaeda pretende la destrucción del mundo infiel, de la civilización occidental, por lo que todos estamos tras su punto de mira. Pero, de otro lado, es también incuestionable que esa hostilidad visceral y sobrecogedora que Bin Laden ha estructurado intelectualmente y organizado materialmente surge de un complejo caldo de cultivo. Imaginar que ese odio reconcentrado y destructivo es espontáneo y sin fundamento sería como dudar ontológicamente de ciertos atributos definitorios de la naturaleza humana. En resumen, la amenaza es ciertamente global y ciega, pero tiene sus causas. De todo ello se desprende una consecuencia que roza la obviedad: la lucha inclemente contra el terrorismo por todos los medios que brinda ese modelo de civilización que los terroristas quieren destruir no es tampoco incompatible con una acción geoestratégica superior de gran calado que trate de secar las fuentes de la reconcentración terrorista, y que debería consistir, sobre todo, en grandes políticas de reequilibrio Norte-Sur y en una acción positiva del tipo de la Alianza de Civilizaciones. Ya se sabe que responder al terrorismo con teorizaciones es una ingenuidad. Pero no ha de ser éste el planteamiento del problema: al terrorismo hay que responderle, desde las democracias, con medidas internacionales de represión sin cuento, con toda la energía que requiere la protección de los derechos civiles de los amenazados. Pero ello no obsta para que se trabaje para eliminar los flagrantes sinsentidos que le dan aliento. Probablemente, por ejemplo, Bin Laden no habría adquirido su trágica celebridad si en su país no estuviera instalada una de las más deleznables autocracias del mundo, adulada y consolidada por Occidente. Es claro que el terrorismo islamista no abatirá la civilización occidental. Ésta tiene medios para contener la amenaza. Pero también lo es que, si se no se ataca a las fuentes del terror en una operación a largo plazo, no nos libraremos jamás de la zozobra de sabernos amenazados.

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