Diario de León

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AQUÍ al lado, en La Virgen, vino la muerte con su ventosa a robar el verano llevándose a un niño. Tremendo. Lo inmediato, y lo lógico, fue culpar al artilugio, esa flecha con la que vino la tragedia. Y con política de «cebada al rabo» secundaron las organizaciones de consumidores la necesidad imperiosa de vigilar las normativas de seguridad de este mercado del plástico, pues eso son los juguetes de hoy día, puta filfa plastiquera. Háganse esas inspecciones y controles de tanta juguetería pirata y barata como inunda kioskos y tiendas, pero no criminalicen. Hace unos pocos años, esa muerte vestida de verano robó otro niño en Astorga con tan sólo una aceituna que se le atravesó en la garganta. Aquí no criminalizaron al olivo y al tamaño de su fruto, pero sí a los servicios de urgencia que no fueron tan urgentes. Aunque muchas veces las tragedias son reparables o previsibles, cuando la fatalidad se cruza en este macabro juego vale de poco la exigencia de explicaciones, los lamentos y la polémica como pomada. De guaje tuve yo un percance de asfixia con aquel juego canalla que era novatada para los más críos y que consistía en colocarse en la lengua una espiguilla diciendo pedropedropedro; y acababa en el gañote colándose cada vez más adentro; sólo que a mí me lo hicieron con media espiga de cebada. Sin embargo, los niños que el verano se lleva porque no pueden meter en la boca ni una espiga ni una aceituna no son noticia de estiaje, aunque mueran como piojos por las flechas del hambre que dispara cada día la sequía nigeriana. Son niños de otros, de otro color y lejanos, noticia rutinaria de telediarios que vemos mientras zampamos ensaladillas que no terminanos porque hay que dar de comer a las ratas de basurero. En mi infancia, la tragedia del verano eran los ríos, el ahogamiento en La Candamia o en el pozo de La Chon, en el Esla de remolino traidor o en el pilón de riegos donde un corte de digestión aparejaba desgracia. Dos colegas de la vieja escuela de El Cid fueron carne de este peaje y en la memoria nos quedó escrito aquel pánico. El verano es para los críos, pero la muerte estival les tiene una envidia criminal en sus algarabías y escarceos, en sus trampolines o bicis que descalabran la alegría de una tarde de vencejos. O en esa flecha ladrona y asesina.

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