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ANTONIO PAPELL
León

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EN LA OBSERVACIÓN del tormentoso proceso de redacción del nuevo Estatuto de Cataluña -o, en realidad, de reforma del todavía vigente, ya que, como recordó Alfonso Guerra, la sustitución de un estatuto por otro distinto no esta prevista constitucionalmente- resulta sumamente clarificadora la opinión de los comentaristas locales que examinan la situación con un dominio magnifico de la psicología. Jordi Barbeta, columnista de La Vanguardia , publicaba por ejemplo el domingo un revelador artículo, «El verano promete», en el que ironizaba sin piedad sobre el actual proceso. No sin cierta lógica, explicaba que nunca ha «visto tan cerca el acuerdo sobre el estatuto como ahora que sólo están dispuestos a aprobarlo los 23 diputados de Esquerra y los nueve de Iniciativa per Catalunya». En efecto, cuando los grandes partidos han mostrado ya todas sus cartas, y cuando se ha constatado por esa razón que sus posiciones extremas son incompatibles entre sí, el asunto se ha clarificado grandemente: o se opta por mantener la intransigencia, en cuyo caso el estatuto habrá quedado definitivamente abortado, o se reúnen los líderes políticos cualquiera de estas noches de agosto para tomar la única decisión viable, la del posibilismo, al margen de ideologías. «No en vano -recuerda Barbet-- el mes de agosto es el mes más hábil para estos conciliábulos porque, como recordó Maragall en su última intervención televisada, se trata de una época en la que se pueden celebrar encuentros

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