CORNADA DE LOBO
Coser y contar
ECHARON en La Bañeza «El Filandón», película de Chema Sarmiento que superó los veinte años sin acusar tanta vejez como los que asomamos en ella. Con ese filandón cinematográfico se estrenó el curso Cultura y Territorio que anima Luis Carnicero en una búsqueda de los lugares y espacios olvidados o perdidos, haceres, sueños o tradiciones. Buscan la oralidad en estas jornadas. En la peli de Sarmiento se parte de esa oralidad, del relato junto a la lumbre. Y a fabular. La oralidad es narrar lo que fue, los sucesos pasados. Es transmisión de normas y modos. El futuro no cabe en la oralidad. Para eso están los cuentos, los mitos y los curas. La cultura tradicional no tiene libros. Se edita en la oreja para que corra a la memoria. Lo oral es sólo la mitad si no hay oídos que la coman: narrador y escuchador, instructor y aprendiz. Los abuelos dicen: este rodao se cose así, las tierras se aran en marzo, el pan hay que dejarlo dormir, los ajos por Adviento... Y en las chácharas de sobrecena alguna vez se cuentan historias grandes del lugar, un sucedido tremendo, episodios singulares de algún gañán, proezas y patrañas que gustan de escucharse, aunque se llegan a repetir y tergiversar hasta el hartazgo porque los abueletes peñazos desayunan carraca. La oralidad narra lo que fue, pero no es menos cierto que «todo el que recuerda, miente». Lo asegura la primera lección de Psicología elemental. Las cuentas y los cuentos que se van contando de boca a oreja pierden pelo en las «transcripciones» o les van creciendo plumas e imposturas de los más diversos colores. Es lo que ocurre con las palabras que se escriben en el viento y en el dondedijedigo. De la oralidad, pues, ha de fiarse uno lo justo. Sólo hay que ver cómo narra la gente sus historias nacionalistas, sus grandezas de familia o leyendas domésticas; después vas a la historia o a los sucesos de hemeroteca y sale un retrato bien distinto, feo y movido. Nadie crea que la oralidad es arcaísmo cultural de sociedades rurales extinguidas. Jamás hubo tanta oralidad como hoy, pero no de abuelo, sino de tele que manda y educa, cuenta y fabula. Antes nos sonreíamos de mucha cosa narrada. Hoy, sin embargo, se acata sin rechistar. Lo dice la tele.