Diario de León

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IGUAL que el golondrino viene y va, a Laciana llegan en verano las manos golondrinas de la pianista Rosa Torres Pardo porque, ya en costumbre, la trae con sus sonatas y arpegios el pintor Eduardo Arroyo a su pueblo de Robles. Esa tarde, el aire aquel se llena de acordes y de gente guapa de aquí y de acullá que acuden a la exótica ruralidad reconquistada, al exquisito «evento» de las tardes «schubertianas», viva el regusto que nos distingue, margaritas al jabalí, notas blancas en un paisaje que ennegreció el furaco minero y la depredación de las entrañas de unos montes que sólo casan con los pífanos de Virgilio, el rabel roto del pastor Simón y la cencerrada bruta de la mocedad andante y mamante. La cosa esta de la «schubertiana» al aire es como aquella velada o soiré de refinamiento con que mataba el aburrimiento estival el marquesillo gañán en el caserón hidalgo de la familia o en su palacete veraniego de tiestones versallescos, aunque aquí es cierta aristocracia intelectual o artística la que instrumenta el bolo. Estupendo. Es demostración de gusto y de albedrío, alarde particular, aunque prefiera uno que en las reuniones de amigos y figurantes sean todos los que canten -antes o después de- sin tener que contratar a músicos y delegar en un empleado de teclas o cítaras la obligación de cantar juntos para celebrar la amistad o el encuentro. Lo que nos ha sorprendido en esta última edición es que el ilustre anfitrión haya proclamado la imperiosa necesidad de que sea construído en aquel pueblo un «auditorio» para no verse sometido tamaño conciertazo a la veleidad de las nubes o inclemencias. La velada musical al aire libre les parece ahora «incompleta», como lo es una de las más populares sinfonías del austriaco Schubert. ¿Un auditorio? ¿Otro más de los cien que se han sembrado por ahí para que alojen todo el año un silencio de sepulcro o un bar de jubiletas? ¿Otra iglesia civil ahora que hemos matado a Dios para convertir el arte en religión y en sumos sacerdotes a los divinos de la brocha? ¿Necesitan tan urgentemente ese templo para oficiar?... Y con cargo a presupuesto público, claro. Antes, los indianos que volvían a fardar a su cuna natal pagaban obras, fiestas o retablos. Hoy los divinos huídos y autoexiliados acaban exigiendo al estado que les sufrague el boato, su divinidad. Jodó.

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