REFLEXIONES
La lección de la extranjera
«MI DIOS, sabes que yo no sé cumplir mi obligación de alabarte. Pero alábate tú a ti mismo en mi lugar, Señor, que esa es tu verdadera alabanza». Estas palabras pertenecen a una hermosa plegaria de Al-Halladsh, un místico musulmán del siglo X. El terrorismo islámico puede hacernos creer que todos los musulmanes son asesinos. Claro que nosotros hemos sufrido durante años el zarpazo terrorista de algunos que estaban bautizados. Así que nos va a resultar difícil establecer barreras demasiado tajantes. Muchos inmigrantes llegados de otras partes se escandalizan de la frivolidad e incoherencia de los que nos decimos cristianos. O tal vez no queremos aparecer como creyentes, pero hay que ver cómo reaccionamos si no se cumplen nuestros planes en asuntos de cofradías, de primeras comuniones o de la fiesta religiosa de nuestro pueblo. El nuevo panorama de un mundo cada vez más plural nos va a dar muchas lecciones sobre lo que significa ser creyentes de verdad. Creencia y falta de ella Esto viene a cuento del evangelio de este domingo (Mt 15, 21-28). Una mujer cananea de raza, de cultura y de religión se acerca a Jesús con una súplica típica de una persona creyente. El diálogo que se desarrolla entre Jesús y ella es una auténtica catequesis sobre la fe y la oración. Esto es lo primero que llama la atención: la confianza con la que invoca al que reconoce como profeta o, mejor, como Hijo de David y Señor. Abraham, padre de los creyentes, se distinguió por la insistencia con la que rogó a Dios por las gentes de Sodoma que para él eran paganos. Ahora, esta mujer pagana es alabada por la grandeza de su fe que se manifiesta en su plegaria insistente. Las reticencias de Jesús nos muestran que no siempre las fronteras sociales marcan los límites entre la creencia y la increencia. Y de paso, señalan el camino para aquellos discípulos que entendían su mensaje como un privilegio nacionalista. Ellos han de ser los primeros en abrirse a las dimensiones universales de la salvación. Aceptar y confesar Y, entre tanto, ahí queda, para modelo de todos, la oración de aquella mujer anónima: «Señor, Hijo de David, ten compasión de mí». ¿ En esa oración hay una referencia al origen histórico de Jesús. Es reconocido y proclamado como Hijo de David. Pertenece a las raíces más hondas de su pueblo. Jesús no es una idea ni un programa abstracto. Su humanidad está vinculada a una herencia concreta. ¿ En esa oración hay, además, una confesión de fe. El hombre-Jesús es proclamado como Señor. Los cristianos sabemos qué hondura ha dado la fe a ese título honorífico. En esa invocación vemos anticipada la aceptación de la divinidad de Jesús, nuestro Salvador. ¿ Y, por fin, en esa oración se manifiesta la conciencia de la finitud, de la necesidad y la culpabilidad del creyente. «Ten compasión de mí» es la plegaria de los que saben que no pueden bastarse a sí mismo, ni sanarse a sí mismos ni salvarse a sí mismos. - Señor Jesús, te aceptamos como hijo de la humanidad y te confesamos como Hijo de Dios. En ti confiamos. Ayúdanos a creer en ti como tú quieres ser creído y a descubrir la belleza de la fe en todos los creyentes. Amén.