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UN CARTELÓN ante Botines proclama a todo el mundo que pasa por allí que aquellos que lo sostienen están «contra la violencia sexista». ¿Y quién no? ¿Sostendría alguien lo contrario y, menos aún, con brochazos de cartel, aunque no pocos sigan en su secreto doméstico tratando o considerando a la esposa como parte del patrimonio conyugal sobre el que se puede ejercer dominio y, en su caso, dominación? De la dominación, que es ya violencia cabrona y sutil, al «la maté porque era mía», sólo cabe el filo de un cuchillo jamonero. Quienes sostienen este cartelón cada lunes van anotando las mujeres muertas en la culata del machismo recalcitrante. En la última cosecha ya van quince, veinte, cuarenta, la tira. Y se duelen coram pópuli. Lo dicen con esta plantá silenciosa de pancartón en el mismísimo ombligo de la ciudad (¿y los barrios?). Suelen ser no muchos y caben bien en una foto, que es a lo que se va, sobre todo si es un político o un barandilla el que se arrima. Allí se plantan un rato largo. Miran el pasar de la gente con caras de severa convicción y la gente les mira. En eso debe consistir la cosa. Concluída esta sesión de supuesta persuasión pública, enrrollan la proclama y... hasta el lunes. Volverán a dar testimonio «contra la violencia sexista». ¿Y las otras violencias?, ¿se orillan, se silencian, se justifican o se aplazan por no ser tan prioritarias? Violencia, aclárense de una vez, sólo hay una. Verter sangre o machacar es lo mismo, es robarle a alguien la vida. En unos casos se pierde de golpe, expeditivamente en eso que algunos llaman ofuscación de la pasión; en otros, se muere lentamente pudriéndose entre silencios, cicatrices de cuchilla, burlas, olvidos, ascos, desprecios... Violentar el derecho del otro o su voluntad es crimen. Si una maricrú muere con vileza en la tragedia y sale en los papeles, se convierte en un lazo en la pancarta; pero si esa maricrú simplemente agoniza asfixiándose en la sutil violencia cotidiana, no existe, aunque rumie cada día su consigna y su fatalidad: «No tengo ganas más que de morirme». Así que no se entiende mucho esa pancarta y esa cierta vanidad de sensibilidad ciudadana que se ostenta y la sostiene, ese alarde de conciencia. ¿Se conmoverá con ello el próximo asesino? Pues entonces. Si al menos se pusieran de espaldas en la foto...