El paisanaje
Descansen en paz, si los dejan
PIDO DE corazón a las familias de Antonio y Julia, buenos vecinos de Carrizo de la Ribera, allá donde el Órbigo empieza a meterse en terreno de once varas, que disculpen si me entrometo en sus asuntos más íntimos. Pero en honor al sentido común, aunque sean momentos dolorosos, no queda más remedio cuando se quiere opinar y escribir en conciencia. Antonio Marcos y Julia Alonso, que eran marido y mujer en trámite de separación, yacen otra vez juntos por voluntad de sus parientes después de que el uno le arrebatara la vida a la otra y luego cortara el hilo de la suya por propia mano. No merece la pena insistir en los detalles, dado que todo el mundo los conoce, uno personalmente piensa que incluso demasiado, a través de los periódicos. La decisión de las familias de darles sepultura juntos para que compartan en otra vida lo que estaban a punto de partir y repartir en ésta sin mutuo acuerdo, como se dice ahora, contrasta por su sensatez y caridad con el odio que se respira en no pocos sucesos de las mismas características, cuando los suegros y las suegras hacen honor de forma desgraciada a lo que se supone de ellos en los chistes. No es el caso -es más, debe ser el primero- en el que cuando las cosas no tienen remedio se procura evitar que vayan a peor. Los dos nietecicos que quedan en el aire, con muy escasos años para entender tienen, por lo menos, el apoyo de los abuelos, que han demostrado buenas entendederas. Un servidor no es el único que se entromete en la desgracia de Carrizo y ahí están, como siempre, las llamadas asociaciones y clubes contra la violencia de género o sexista o patatín o patatán, donde se manifiestan en fila india y haciendo el indio siempre los mismos. Les anima, al contrario que a los parientes de Antonio y Julia, un ánimo de revancha que, encima, ni les va ni les viene. Entre la esquela conjunta y dolorida de los paisanos de Carrizo y las manifestaciones de los lunes en la acera de Botines, casi profesionales, no hay color. Uno suma sus condolencias a la primera y no le importaría que disolvieran el duelo en la segunda. Para ambas, en todo caso, sobraban fotos en los periódicos. Manifestar este tipo de opiniones no es prudente ni políticamente correcto en los tiempos del divorcio exprés, cuando todo lo que huele a disolución de la familia es tomado por moderno, de lo más natural y progresista. Lo malo es cuando uno atraviesa por la misma experiencia: parece ser que Antonio y Julia eran propietarios de un rebaño de cabras que había que contingentar y dividir, además de algún que otro crédito bancario. Hasta ahí lo normal. Eso pasa siempre y en la ciudad se le llama el piso y la hipoteca. Luego están los hijos, que son indivisibles desde la sentencia del sabio Salomón, no siempre compartida por los jueces de hoy día. Mal asunto. Con la autoridad moral que le da a uno haber pasado por trances similares, aunque sin que llegara la sangre al río, no se puede sino admirar el buen sentido de los parientes de Antonio y Julia, paisanos todos a los que de todo corazón hay que animar para que tiren p'alante . Se ve, como dice la canción, que son abuelos mozos de la ribera, donde, a las duras y a las maduras, «haylos de media polaina/y haylos de polaina entera», como dice la eterna canción. Por deformación profesional tampoco está uno acostumbrado a escribir en serio de cosas importantes que le caigan de cerca, así que normalmente divaga sobre el Gobierno, ETA, el paro y, como mucho, ciertas interioridades del presidente José Luis Rodríguez Zapatero. El suceso de Carrizo e la Ribera, sin embargo, es de los que dan una lección de bonhomía y obliga a reconciliarse con la familia, incluídas las ex suegras, aunque no todas se dejan. Se ve que allí son de otra pasta. Vayan, pues, estas humildes líneas, como también dijo el cura emocionado en el entierro, para honrar la memoria de los vivos y de los muertos, que seguramente no necesitan ya más que consuelo y un poco de descanso, respectivamente. Aunque no parecen opinar así ciertas asociaciones de derechos sexistas que todavía se empeñan en distinguir entre cabras y cabritos, como si la violencia y la muerte fueran monopolio de alguno. La esquela conjunta de Antonio y Julia demuestra, afortunadamente, que no. O, por lo menos, todavía. Es un ejemplo que nunca se agradecerá bastante. Por lo demás y según el juzgado que lleva el caso éste es un procedimiento, en el argot del forense, el fiscal y los abogados, que puede afectar a tres o cuatro, a buenas horas, de todas formas, cuando el amor se diluye en tríos o dobles parejas, según el guión más elemental. En cuanto a ciertas manifestaciones feministas, va una cordera a refugiarse y es como poner a la zorra a cuidar las gallinas. Se admiten cartas al director.