Diario de León

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SE DICE que para conocer realmente a un amigo hay que someterle a tres pruebas: invitarle a mesa y mantel (hay ansiosos, tragaldabas o reojadores de plato vecino), al juego (tapiz de bronca y trampas) y a un viaje (verle veinticuatro horas seguidas puede reventar tripa o tolerancia). Son pruebas irrefutables, pero añádase otro escenario de contraste, la caza. Ahí le duele y dispara el carácter real de quien acompaña en manos, ojeos o batidas. Se abrió la codorniz y hay traca en las rastrojeras. También en esta media veda puede cazarse la grajilla, la urraca y, antes, la chova, pero nadie gasta un real de mostacilla en pajarracos que no van a la cazuela, aunque sean en estos momentos los que más necesitan un depredador ante el engordamiento exagerado de algunas poblaciones que jalan mierda y estiran la familia. Lo mismo que a ciertos tipos cuando les dan un uniforme, el carácter de una persona se revela cuando le pones una escopeta en las manos. Sigue siendo rara la deportividad del cazador, porque así como a la pesca se le ha inyectado la modalidad «sin muerte», ¿cuántos cazadores estarían dispuestos a disparar con balas de cera y anilinas dejando escapar la pieza sólamente manchada?... Motín habría si se pone en cartucheras el no matarás, canana sin perdigones. Al efecto, dispongo en mi zurrón de tintas de un sucedido que me relataron. Demuestra que la caza delata el carácter. Ocurrió en estas parameras cazurras. Partida de amigos en jornada de caza. Entre ellos va Toni, que es ansioso y arcabucero. No respeta ni mano ni liebre en cama. Joder, Toni, no dispares a las liebres cuando están encamadas. Arréalas y dales salto, no seas criminal. Dejadme, coño, tú qué sabrás... Pero en la cama, no... Iros todos a tomar polculo. Y un día se la prepararon. Dando la mano por aradas de un rastrojo volteado, uno de la cuadrilla advierte la presencia de una rabona agazapada. Coño, una liebre. Quietos todos, exclamó Toni. No irás a tirarle, tú, que está en la cama. Que os calléis. Y apuntó la espingarda al animal inmóvil desfarrapándole la perdigonada y corriendo a trompicones a por la pieza. Pero al cobrarla vió que tenía un cigarrillo en el morro y un cartelillo colgado del cuello que decía «Toni, no me mates». Y ya jamás volvió con ellos.

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