Un buen profesional

JAVIER TUSELL decía que el mayor peligro que acecha a las actuales monarquías europeas es su continua exposición mediática. Yo diría más, aún reconociendo lo incómodo que puede llegar a ser que un grupo de fotógrafos se convierta en prolongación de su sombra, son más las ventajas que tienen que los inconvenientes, siempre y cuando sepan aprovechar la oportunidad que se les brinda de mostrar ante la opinión pública su lado más humano y amable. Prueba de ello es el respeto y el afecto que los españoles profesan al rey Juan Carlos. Una cualidad que no ha heredado ninguno de sus hijos, quizá porque piensan que los tiempos difíciles han pasado y que ellos, como el resto de los ciudadanos, también tienen derecho a su intimidad. Un tema polémico, sin duda, en el que las partes no se pondrán de acuerdo pero que debería ser analizado con frialdad para evitar situaciones tan incómodas como algunas de las que se dieron este verano en Palma de Mallorca, protagonizadas por el príncipe Felipe, al que le molestó enormemente que quien esto escribe le preguntara a la Princesa de Asturias si pensaban pasar unos días en Asturias. Una pregunta inocente pero a la que el Príncipe contestó diciendo: «Dejadla en paz, dejadla en paz». Quiero pensar que no había tenido un buen día. Perder los nervios en público es lo peor que le puede pasar a alguien que está destinado a ocupar un puesto de tanta responsabilidad. A los hombres no sólo se les juzga por las grandes obras, también por los pequeños detalles, y a la pruebas me remito. El pasado domingo la familia real decidió pasar el día en la isla de la Cabrera, a la que sólo pueden acceder unos cuantos privilegiados. Con este fausto motivo, toda la familia real se hizo a la mar en el Fortuna . Ya habían puesto en marcha los motores cuando don Juan Carlos se da cuenta de que en un extremo del embarcadero se encuentra un grupo de periodistas que llevan todo el verano en Palma, esperando poder sacar esa foto tan familiar. ¿Qué creen ustedes que hizo? Acercar la embarcación para que los profesionales de los medios pudieran disparar a placer. Un gesto que le honra y que ninguno de los que estaban allí olvidará, porque si incómodo es el trabajo de la familia real, mucho más lo es el de quienes tienen que seguirles por obligación.